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El «terremoto de Arica» del 13 de agosto de 1868

El «terremoto de Arica» del 13 de agosto de 1868

El día 13 del actual a las 5 de la tarde hubo en ésta un terremoto, que duró de 5 a 6 minutos produciendo oscilaciones que se entendían de sur a norte. Toda la población fue convertida en un montón de escombros en el momento, pues la violencia de los remezones fue grande (Carta de Ignacio Rey y Riesco al ministro de Relaciones Exteriores de Chile. Arica, 15 de agosto de 1868”, en Memoria que el ministro de Estado en el Departamento de Relaciones Exteriores presenta al Congreso Nacional de 1869).

El jueves 13 de agosto 1868 se desató una catástrofe provocada por los riesgos naturales que afectaban negativamente a las poblaciones asentadas en la costa sur de Perú, y a una buena parte de las villas que hoy forman parte del Norte Grande de Chile.

En efecto, aquel megaseísmo, que fue percibido desde Guayaquil por el norte hasta Chiloé por el sur, fue tildado por algunos académicos como el “el temblor de tierra más espantoso que ha presenciado este siglo” (Flammarion, Camilo. Contemplaciones científicas). Según diversas noticias, el seísmo se habría iniciado alrededor de las 17 horas con 5 minutos con un suave movimiento ondulatorio que se incrementó paulatinamente hasta alcanzar una magnitud considerable. Ahora, en lo que respecta a Arica, testigos informaron que debido a la fuerza del movimiento muchos edificios comenzaron a desplomarse y “en menos de un minuto toda la ciudad no era más que una masa de ruinas” (Informe detallado del comandante James H. Gillis sobre la pérdida del Weteree. Arica, 20 de agosto de 1868”, en Report of the Secretary of the Navy. Washington, Government Printing Office), lográndose apreciar a muchas personas “apretadas por los escombros o por paredes” (Carta de M. de Villanueva a Manuel Guillermo de Ceastresana. Arica, 16 de agosto de 1868”, en Barriga, Víctor (comp.). Los terremotos en Arequipa: 1582-1868. Documentos de los archivos de Arequipa y de Sevilla. Arequipa).

Del mismo modo, tenemos que decir –reproduciendo la plausible síntesis realizada por el académico peruano José Toribio Polo– que a la hora indicada:

Principió un suave movimiento ondulatorio de O a E, que fue ascendiendo gradual y paulatinamente, durando 8 minutos. Hubo cuatro sacudidas verticales de trepidación y la tierra parecía que saltaba. A las 5 y 37 se desbordó el mar, cuyas olas enarboladas parecían torres o montañas: la gente huyó hasta la falda del Morro, cosa de 600 metros; y el agua, que avanzaba a razón de 5 y ½ millas por hora, llegó a la altura de 12 metros a las 5 y 51, arrasando cuanto encontró a su paso, y llevándose al fondo del mar mercaderías, casas y muebles […] (Polo, José Toribio. “Sinopsis de temblores y volcanes del Perú”, en Boletín de la Sociedad Geográfica de Lima, tomo IX, 1899).

Este megatsunami también alcanzó a todos los buques que estaban fondeados en la bahía ariqueña, ya que a causa del tsunami estos navíos fueron arrojados en pedazos a la costa, y la mayoría de sus tripulantes perecieron.

A este respecto, resultó especialmente llamativo el caso del Wateree, un vapor de guerra norteamericano que arrancó sus amarras y fue desplazado “tres millas al noreste de la ciudad y alrededor de cincuenta yardas al interior de la tierra” (Squier, Ephraim. “The great South American earthquakes of 1868”, en Harper´s New Monthly Magazine).

Resultado de lo anterior, al amanecer del día 14 el espectáculo que presentó la ciudad resultó completamente conmovedor, ya que quedó: “todo convertido en ruinas de los tres elementos, el mar, la tierra y el fuego, porque también se declararon dos incendios en medio de las ruinas” (Carta enviada a los editores del Comercio de Lima. Arica, 15 de agosto de 1868”, en Pizarro, Elías. “Lo que el presente no ve: el terremoto y maremoto de Arica (1868). Fuentes para su estudio).

Por lo tanto, y según el lapidario informe del prefecto de Moquegua, Arica “no existe”, ya que la totalidad de las edificaciones resultaron destruidas por completo.

Ahora, en lo tocante a las víctimas, en una primera instancia se pensó que entre los escombros yacían los cuerpos de unas 150 personas, pero este cálculo resultó completamente inexacto ante la dimensión de la catástrofe, ya que el recuento final superó las 597 víctimas mortales.

De igual forma, este seísmo y posterior tsunami golpearon con fuerza a la localidad de Iquique destruyendo tres cuartas partes de la población. Con todo, no fue el movimiento telúrico el que provocó la ruina de esta última ciudad, ya que solo causó perjuicios menores en el interior de algunas viviendas; sin embargo, el avance del mar –que se verificó a los quince minutos del seísmo, describió alturas de entre 6 hasta los 10 metros e ingresó más de 750 metros– borró todas las construcciones que se encontraban próximas a la bahía. Muchas de estas edificaciones, que habían sido diseñadas de dos pisos y levantadas con gruesos muros, se derrumbaron fácilmente ante el “empuje de las aguas” (Williamson, Juan. Descripción del terremoto del 13 de agosto de 1868: según acometió a Iquique).

A este respecto, y como una trágica anécdota, se cuenta el caso del comerciante Guillermo Billinghurst quien, al percatarse del avance de las olas, y en vez de huir hacia las partes altas de la ciudad como el resto de los iquiqueños, decidió quedarse con su familia en la azotea de su mansión. Confiado en el diseño y la solidez de su construcción, nunca imaginó el tamaño ni la velocidad que alcanzaría el tsunami, por lo que su desafiante actitud provocó su muerte y la de todas las personas que esa tarde estaban en el interior de su casa: siete integrantes de su familia, más todo el personal de servicio.

Igualmente, en un primer momento testigos afirmaron que fueron ochenta a cien personas las que habían resultado muertas a causa de este proceso geológico combinado  –terremoto  e “inundación del mar” (Carta de José Arancibia a los señores Lafuente y Sobrino. Iquique, 16 de agosto de 1868”, en El Mercurio del Vapor) –; no obstante informaciones posteriores elevaron esta cifra a un total de 153 los individuos fallecidos. Ahora bien, muchos de estos desdichados resultaron simples curiosos que se aproximaron a la orilla de la playa para apreciar la regresión del mar, y así –a decir de un escritor local– “fueron arrastrados a las profundidades eternas del mar” (Ovalle, Francisco. La ciudad de Iquique).

Finalmente, las pérdidas económicas fueron cuantiosas. En Arica se presume que fueron entre 10 a 12 millones de pesos en daños sufridos en el comercio y el vecindario, y de esta elevada cantidad más de un millón correspondería a las mercaderías que ese día estaban depositadas en el edificio de la Aduana. Por su parte, en Iquique, a la destrucción de las infraestructuras se sumó el arrastre de más de 50 mil toneladas de salitre que estaban listas para ser embarcadas, por lo que las pérdidas en esta última ciudad superar los 3 millones de pesos de la época.