La sociedad chilena a finales del siglo XIX, vivió una de las mayores crisis políticas que ha tenido el país. La revolución de 1891 enfrento a quienes apoyaban al Presidente Jose Manuel Balmaceda (balmacedistas) contra los miembros del congreso (congresistas) provocando múltiples consecuencias desde un punto de vista social, económico y político para el país y la ciudad de Santiago en particular, donde la situación se tornaría mucho más difícil al ser uno de los epicentros de la lucha entre los diferentes bandos.
Con un clima arduo que provocaba mucha tensión en la realidad política y social del país, es que el Gobierno tomó la decisión de suspender el servicio telefónico porque creía que podía ser usado por el bando contrario, afectando también los servicios de utilidad pública, como las compañías de bomberos, al existir simpatizantes del congreso dentro de sus miembros. A esta prohibición se sumó también la restricción de dar alarmas de incendio sin una debida autorización del Intendente a partir del 31 de enero de 1891. Esto traería consecuencias fatales para la ciudad de Santiago, ocasionando que en varios siniestros, el trabajo de bomberos fuera inútil por la tardanza de las alarmas.
Un 4 de junio de 1891, a las 2:45 de la madrugada se dio aviso al cuartel general de bomberos, la existencia de un fuerte incendio en el edificio de la Unión Central, con riesgo de propagación hacia los demás inmuebles que se ubicaban entre las calles Ahumada y Agustinas. El diario “El Constitucional” mencionó así el hecho:
“El viernes último ha dormido el pueblo de Santiago a la luz de una inmensa i pavorosa hoguera, i ha despertado teniendo ante sus ojos un espantoso hacinamiento de escombros humeantes” (Diario El Constitucional, 6 de junio de 1891)
Dado que no se podía dar alerta de incendio sin una autorización previa, los bomberos de la compañía trataron de comunicarse con el Comandante Anselmo Hevia, pero al tener cortadas las líneas telefónicas esto les fue imposible. A la espera de la autorización, se avisó a las demás compañías de la ciudad para poder ir al auxilio del siniestro, mientras llegaba el consentimiento de dar la alarma oficial.
Luego de esperar por una hora la autorización del Intendente, a las 3:45 A.M se tocó la campana dando aviso del incendio, acudiendo al siniestro 8 compañías de bomberos que, llegados al lugar, presenciaron el avance del fuego, inquietos por la posible propagación a las calles Estado y Bandera. En aquella época el lugar afectado albergaba algunas de las construcciones más espectaculares de Santiago, siendo también epicentro de grandes actividades comerciales e intelectuales como menciona el diario «El Constitucional»:
“Una de las más bellas i valiosas manzanas de la ciudad, poblada de edificios monumentales i de importantes casas de comercio, centro de actividad intelectual, social, literaria, artística i comercial, había sido reducido a pavesas en unas cuantas horas”. (Diario El Constitucional, 6 de junio de 1891).
Al existir una revolución política-civil en la época, los medios de comunicación publicaban que el incendio fue culpa del Presidente Jose Manuel Balmaceda, dado que al no dar aviso, el trabajo de las compañías de bomberos se tornaba inútil por la magnitud que había alcanzado el siniestro.
El trabajo de bomberos se centro en lograr evitar la propagación del incendio a los demás edificios, con especial cuidado del Banco de Santiago formado el 20 de noviembre de 1884, que albergaba en sus arcas sobre los 20 millones de pesos. Luego de más de 20 horas de trabajo por parte de los bomberos y la ayuda de civiles, se logró dar fin a este siniestro.
El historiador Alberto Márquez Allison da cuenta de los daños que produjo este desastre en el sitio de la Segunda Compañía de Bomberos de Santiago:
“A las 11,30 de la mañana el fuego estaba controlado y el personal de las compañías trabajaba en medio de las ruinas controlando los últimos focos. El balance del siniestro era desolador. Se habían quemado todos y cada uno de los edificios ubicados a ambos costados de calle Ahumada. Con excepción de la casa de don José Alberto Bravo, en la esquina oriente de Ahumada y Moneda, Por esta última el fuego había destruido la imprenta El Independiente y la sede del Orfeón Francés, mientras que por Agustinas el fuego había consumido el Hotel de Los Hermanos, la casa de la familia Flanco Vid, los bancos dc Santiago y El Popular, la sede de la Universidad Católica, el almacén de don Francisco Javier Sánchez, las bodegas de la viña SANTA RITA y las oficinas de la compañía de seguros Ondon Provincial.”
Luego de ser controlado y extinguido el fuego, los bomberos siguieron trabajando en la demolición de murallas que corrían el riesgo de derrumbe siendo muy difícil su labor, al considerar que el Gobierno del Presidente Balmaceda, les había quitado los caballos que cumplían el rol de transportar los carros y herramientas necesarias.
Finalizada la catástrofe, los periódicos de oposición al gobierno de Balmaceda, culpaban del siniestro a la dictadura del Presidente, debido a que en el lugar del siniestro y a la hora en que se produjo, era imposible que un civil pudiera haberlo provocado, al no existir el libre tránsito por la ciudad. Agregando el echo de que solo tenían autorización de transitar por las calles de la ciudad los empleados o agentes del gobierno, siendo este otro punto importante por el cual se culpaba al gobierno. También al no existir una buena relación entre el Presidente Balmaceda y la iglesia, se postulaba la idea de ser provocado el incendio por los balmacedistas, al considerar que uno de los edificios afectados por el fuego sería utilizado por el Círculo Católico y la recién formada Universidad Católica.
Este desastre fue considerado por algunos personajes, como más grande que el incendio de la Compañía de 1863, teniendo en cuenta que este solo afecto al sector donde se ubicaba la iglesia, a diferencia de toda la manzana que produjo el siniestro del 4 de junio de 1891, convirtiéndose en el mayor desastre de aquel entonces, en la capital de Chile.
Por Fabián Sandoval Repetto.