Las enfermedades que derivan en epidemias causadas por microorganismos patógenos, nos han acompañado a través de toda nuestra historia. Pero sin duda, las introducidas desde Europa, entre ella la de la viruela[1], provocaron un verdadero derrumbe demográfico en la población nativa americana. Por ello un refrán muy famoso durante la época colonial fue el del fray Gerundio que decía:
“De la mortífera peste tres diligencias libertan: pronta salida, remota distancia y muy larga ausencia” (Lautaro, 1904 p.257)
¿Cuál fue la probable trayectoria de la viruela y otros virus contagiosos desde que llegó Cristóbal Colón a la isla Huanahani el 12 de octubre de 1492 y su arribo a Chile en 1561? y ¿Cómo se expandió a lo largo de nuestro territorio a partir de esa fecha?
La ruta seguida por la viruela en conjunto con otros virus y bacterias contagiosas por el territorio del Nuevo Mundo, fue tan veloz como mortal para la población nativa. Los estragos que provocaron estas pestes introducidas por los europeos, quedaron consignadas explícitamente en cartas, documentos oficiales y crónicas históricas de la época. Se ha estimado que el impacto demográfico fue tan devastador que llegó al 90% de mortalidad y por ello, la población americana nativa jamás logró recobrarse a los niveles que tenía previo a la llegada de los europeos.
El primer testimonio sobre la viruela se encuentra en una carta escrita el 10 de enero de 1519 por un fraile español dirigida a los Reyes Católicos relatando la catástrofe sucedida a la población de la isla La Española[2] y que la viruela ya había pasado a Puerto Rico y Cuba el año anterior a su misiva.
Poco más de cuatro décadas después, el cronista Alonso de Góngora Marmolejo situó el año 1561 como la fecha de la introducción, desde Lima, de la viruela en territorio chileno por el recién nombrado gobernador Francisco de Villagra.
Sin embargo, se estima que estos microorganismos patógenos llegaron a América con Cristóbal Colón, sus acompañantes y animales, siendo muy probable que su llegada a Chile ocurriera antes de 1561. ¿Cuál fue el camino más probable desde La Española hasta Chile?
Los primeros que recibieron el impacto de las epidemias europeas fueron los tainos, que habitaban la isla de La Española. Se calcula que sumaban aproximadamente entre 5 a 6 millones y fueron atacados por una epidemia de gripe porcina proveniente del sudoeste de España, después, en 1518, sufrieron el ataque de viruela que redujo en un tercio a la población. La consecuencia de estas enfermedades junto con el régimen de explotación laboral impuesto por los europeos, significó que hacia 1550 los tainos se extinguieran completamente.
A fines de la primavera de 1519, Hernán Cortés condujo a una hueste de conquistadores desde Cuba a Mesoamérica continental hasta llegar a la tierra de los aztecas. Durante su estadía en México, la viruela devastó a los aztecas y en ese mismo periodo, la expedición de Pánfilo Narváez mandada por Cortés, llevó la viruela a la zona de Yucatán. Desde ese año y de manera periódica, el valle de México fue atacado por pandemias siendo unas de las más feroces la ocurrida los años 1531-1532. Los especialistas han estimado que hacia 1518 vivían en todo el valle más de 25 millones de habitantes y ya en 1605 esta había sido reducida a poco más de 1 millón de personas.
Cuando el Estado azteca se desmoronó en 1521, la viruela siguió las redes comerciales que estaban a cientos de kilómetros de Tenochtitlán, desplazandose hacia el sur por la costa, llegando al Río de la Plata, Argentina, y desde allí, a través de los caminos de piedra construidos por los nativos, hacia el norte hasta los Andes, el corazón de las tierras incaicas.
La viruela llegó al centro del imperio Inca aproximadamente en 1524-1525 matando a Huayna Cápac, junto con sus potenciales herederos y miles de guerreros, plebeyos, mujeres y niños. El holocausto epidémico y la crisis dinástica fueron sucedidos por guerras civiles que, en una reproducción del desastre americano de 1519-1521, allanó el camino del conquistador Francisco Pizarro.
El descubrimiento en 1545 del mineral de Potosí (Bolivia), impuso un régimen laboral mortal, ya que la población indígena se trasladaba desde zonas muy alejadas para trabajar en el yacimiento, transformándose en los vehículos perfectos, para que la Viruela se expandiera a cientos de kilómetros en muy poco tiempo.
En la zona costera del Perú sobre el Pacífico, la viruela atacó hacia 1524-1525. Esta región de 3 mil kilómetros de longitud, estaba habitada por 6 millones y medio de personas que usaban su tierra fértil para cultivar alimentos abasteciendo principalmente el Cuzco y otras grandes ciudades andinas. Las características geográficas de alternancia de tierras arables y desiertos, brindaron un ambiente ideal para la difusión de la viruela, a tal punto que la plataforma del Pacífico se encontraría despoblada hacia 1590.
Basado en estos antecedentes podemos suponer que la viruela, al igual que otras pestes europeas, llegaron a Chile mucho antes de 1552 o 1561, como se desprende de los testimonios escritos. Aunque no existan evidencias documentadas anteriores que lo confirmen, la llegada de Diego de Almagro en 1537-1538, las vías de comunicación que existían desde la etapa incaica y el traslado de población indígena a Potosí, hacen sostenible que los registros escritos son una reacción de los conquistadores cuando ya el problema de la falta de mano de obra indígena, les significaba un perjuicio patente a sus pretensiones.
No obstante, la primera referencia documental de muertes de indígenas en “territorio chileno” atribuibles a virus propagados, se produjo el 2 de enero de 1552. En el acta del Cabildo de Santiago de ese día, los miembros del organismo lo abordaron de la siguiente manera:
“Lo otro, que vuestras mercedes manden, cada seis meses del año vaya un juez de comisión la tierra sobre los hechiceros que llaman hambicamayos[3], dándole comisión para castigallos con todo rigor de derecho; pues es público y notorio los muchos indios e indias que por los pueblos de los indios se hallan muertos mediante esto” (Historiadores de Chile, T.1, pág. 287)
Por su parte Barros Arana, en su Historia General de Chile, señala:
“…el trabajo forzado y los rigores que lo acompañaban, principiaron a producir sus funestos efectos en la población indígena. Al abatimiento y a la desesperación de los indios, se siguieron en breve las enfermedades y la muerte. Chile principiaba a despoblarse como se despoblaban las otras provincias de América. Cuando los españoles notaron la disminución de los repartimientos, trataron de inquirir la causa de la boca misma de los mismos…Los españoles no menos supersticiosos que los mismos indios, creyeron esta explicación” (Arana, 285)
Y tal fue el impacto que estaban provocando las muertes de los indígenas, que el Cabildo de Santiago volvió sobre el mismo tema en el mes de noviembre de 1552:
Otrosí pido a vuesa señoría, que porque los naturales se matan unos a otros, y se van consumiendo con ambi y hechizos que les dan; y en esto las justicias tienen algún descuido en no se castigar: vuesa señoría, que cada dos meses del año dos vecinos se vayan de Maipo hasta Maule a visitar la tierra, y otros dos vayan a Choapa; y vuestra señoría les dé poder como capitanes, para que con sumaria información tengan especial cuidado de castigar estos hechiceros y ambicamayos: porque demás del daño que reciben los naturales, se desirve Dios en los hechizos que hacen invocado al demonio. Y ansímismo mande vuestra señoría, que los que fueren a visitar tengan cuidado de hacer volver los naturales que se huyen de unos pueblos a otros”. (Historiadores de Chile, p.312)
Las medidas adoptadas por los vecinos del Cabildo para darle solución a la muerte masiva de la población natural se hicieron ciertamente desde una mentalidad que atribuyó al otro indígena las causas de las muertes y que la vigilancia y el castigo eran la solución. A ello contribuyó ciertamente que los conocimientos sobre estas enfermedades por parte de los europeos eran escasos y les costaba identificarlas a partir de los síntomas. Solo bien entrado el siglo XVIII aparecieron los primeros tratamientos más efectivos para ciertas cepas de la viruela[4]. Por ello también algunos cronistas como el padre Diego Rosales, Carvallo Goyeneche e Ignacio Molina, entre otros, apuntaron que la viruela había entrado en Chile hacia el año 1554, pero fue el cronista Góngora y Marmolejo quien primero afirmó con mayor certeza que las epidemias de 1554 y 1555 fueron de chibalongo, a los que les llamó peste, como así también viruela u otra enfermedad contagiosa.
Este historiador sitió en su crónica “Historia de todas las cosas que han acaecido en el reino de Chile y de los que lo han gobernado”, que la propagación de la viruela en estos territorios se produjo a consecuencia del viaje de Francisco de Villagra desde Perú para asumir como gobernador de Chile. Así lo relata:
“Francisco de Villagra, después que desembarcó en La Serena, perecía venir prenosticando (pronosticando) al reino de mal agüero y que de su venida les había de venir mucho mal en general a todos, porque, en desembarcando, se inficionó el aire de tal manera que dio en los indios una enfermedad de viruela, tan malas que murieron muchos de toda suerte, que fue una pestilencia muy dañosa, y por ella decían los indios de guerra que Villagra, no pudiendo sustentarse contra ellos, como hechicero había traído aquella enfermedad para matarlos, de que cierto murieron muchos de los de guerra y de paz” (Góngora Marmolejo, p. 281-282)
Por su parte Barros Arana nos entrega mayores detalles de los preparativos del viaje los que permiten datar con mayor precisión la entrada de la viruela a Chile. El 20 de diciembre de 1558 el rey Felipe II firmó en Bruselas el nombramiento de “Villagrán” para el cargo de gobernador de Chile, pero Villagrán solo vino a enterarse a principios de 1560. Recién en 1561, con su grupo familiar[5] y favorecido por las noticias de “grandes y ricos yacimientos de oro descubiertos en Chile logró apoyos financieros para el viaje, además encontró a algunos hombres dispuestos a probar fortuna en estas tierras, zarpando del Collao en los primeros días de marzo de 1651.
“Después de los tres meses que duraba la navegación, dice Barros Arana, en las circunstancias más favorables, Villagrán desembocaba en La Serena el 5 de junio de 1561…ese mismo día se hizo recibir en el rango de Gobernador por el cabildo de La Serena; y el siguiente despachaba a Santiago a un representante suyo, provisto de amplios poderes para que en su nombre tomase el mando superior. Ese representante era el licenciado Juan de Herrera, escribano de Lima, muy versado en las prácticas judiciales, a quien la Audiencia le había conferido el grado de teniente gobernador de Chile y asesor letrado del general Villagrán. El licenciado Herrera fue recibido sin problema alguno por el Cabildo de la capital el día 19 de junio.
Villagrán permaneció algunos días más en La Serena. Desde allí dispuso que el capitán Gregorio Castañeda, soldado antiguo de la conquista de Chile, pasase con algunas tropas al otro lado de las cordilleras, para hacer reconocer su autoridad en Tucumán y para tomar el mando de esta provincia que hasta entonces desempeña el capitán que en 1557 había enviado Hurtado de Mendoza. Tomando enseguida el camino de tierra, el gobernador se puso en marcha para Santiago, donde el Cabildo y sus antiguos compañeros de armas lo esperaban con grandes festejos” (Barros Arana, p.230)
Los párrafos anteriores circunscriben el grupo portador de la viruela llegada a Chile y también las circunstancias más plausibles de su transmisión. Tanto Juan de Herrera y luego la comitiva de Villagra, fueron recibidos en Santiago por los vecinos en medio de masivos festejos. El mismo Góngora Marmolejo describió las fiestas que los habitantes de Santiago dieron la bienvenida al nuevo gobernador, un ambiente más que propicio para el contagio:
“…desde allí se vino por tierra a la ciudad de Santiago, donde le estaban esperando de todo el reino muchos vecinos y hombres principales. La justicia y regimiento le tenían aparejado un rescibimiento, el mejor que ellos pudieron, conforme a su posible. En la calle principal por donde había de entrar hicieron unas puertas grandes, a manera de puertas de ciudad, con un chapitel alto encima y en él puestas muchas figuras que lo adornaban; y la calle toldada de tapicería, con muchos arcos triunfales, hasta la iglesia; por todos ellos muchas letras y epítetos que le levantaban en gran manera, dándole muchos nombres de honor. Y una compañía de infantería, gente muy lustrosa y muy bien aderezada, y por capitán della el licenciado Altamirano, y otra compañía de caballo con lanzas y dargas, y más de mil indios, los más dellos libres, con las mejores ropas que pudieron haber todos, en orden de guerra le salieron a recibir al campo fuera de la ciudad, a la puerta de la cual quedaba el cabildo esperándole con una mesa puesta delante de la puerta, de la parte de afuera, cubierta de terciopelo carmesí y baja, a manera de sitial, con un libro misal encima para tomalle juramento, como es de costumbre a los príncipes; que cierto –porque me hallé presente- toda la honra que le pudieron dar le dieron…
…desde allí a casa del capitán Juan Jufré, que era su posada. Y habiendo sido informado Villagra que había necesidad de gente en la Concepción y Tucapel (a cauda de la muerte de don Pedro de Avendaño se alborotaba la provincia), envió al capitán Reinoso con comisión que castigase y quietase aquellos indios, y le avisase todo lo que entendiese que convenía a la quietud de la provincia” (Góngora Marmolejo, pp. 280-281)
Sin duda, los actos oficiales realizados con ocasión de la llegada de Villagra a Santiago, la presencia de vecinos de todas partes del reino, de las autoridades eclesiásticas, los escuadrones militares y los “mil indios” presentes ese día junto con la misión inmediata al capitán Reinoso para que se dirigiera a Concepción y Tucapel, hace muy evidente que una invitada para todos invisible fue el virus de la viruela que, como en La Española, Mesoamérica, y el virreinato del Perú, comenzó su tarea destructiva de manera implacable por todo el territorio chileno.
Luis Martínez Tapia
[1] Nota: La viruela es causada por el virus “variola” y recibe su nombre del término en latín que significa “moteado”, haciendo referencia a los bultos y pústulas que aparecen en el rostro y cuerpo de los afectados.
[2] Nota: La Española, hoy es la isla del Caribe que constituyen Haití y República Dominicana.
[3] Ambicamayo o, más propiamente, hamppicamayu (de hamppi, medicina, veneno, hechizo, y de camayu, el que tiene poder) es una voz peruana que significa hechicero, el que sabe matar con hechizos. Los indios chilenos, como hemos dicho en otra parte, llamaban a sus hechiceros huecuvutuvoe, y también machituvoe.
[4]“Los primeros europeos que se aventuraron en el Nuevo Mundo, pues, contaban con poca información cuando presenciaban la viruela epidémica entre los americanos nativos. A veces, como en México durante la catástrofe de 1521 y en el imperio Inca en 1527, lo que describían era claramente viruela. En otras ocasiones enumeraban síntomas que podían ser causados por alguna forma de viruela, pero también por sarampión, el tifus u otra enfermedad. Al enfrentar epidemias simultáneas como las que atacaron a la población restante del imperio inca en 1585-1591, ni siquiera los europeos con formación médica entendían lo que pasaba” (Watts, p130. 2000)
[5] La familia de Villagrán se componía de su esposa doña Cándida Montesa, de su hijo Pedro Villagrán, una hija casada con el capitán Arias Pardo de Maldonado y de otros parientes suyos y de su mujer. También un hijo natural de nombre Álvaro Villagrán.
Referencias bibliográficas
- Barros Arana, Diego: Historia General de Chile. Tomo I y II. Editorial Universitaria. Chile, año 2000.
- Colección de Historiadores de Chile y documentos relativos a la Historia Nacional. Tomo I. Imprenta del Ferrocarril. Santiago, 1861.
- Góngora Marmolejo, Alonso: “Historia de todas las cosas que han acaecido en el reino de Chile y de los que lo han gobernado”. Editorial Universitaria, Chile, 2015.
- Lautaro Ferrer, Pedro: Historia General de la Medicina en Chile. Tomo Primero. Imprenta Talca. Talca, 1904.
- Watts, Sheldon: Epidemias y poder. Historia, enfermedad, imperialismo. Editorial Andrés Bello. Chile, 1997.