Cada 31 de diciembre marcado en el calendario de nuestras vidas, es una gran oportunidad de celebración con nuestras familias, amigos y cercanos dando la bienvenida a un nuevo año, siendo para muchas y muchos, muy común disfrutar observando los fuegos artificiales que iluminan los cielos del mundo entero. Es así como el 31 de diciembre de 1952 fue la víspera de una de las tragedias más grande que se haya vivido en el siglo XX en Valparaíso, ciudad patrimonio de la humanidad.
Desde 1953 el puerto de Valparaíso se ha transformado en el anfiteatro perfecto para la mayor fiesta pirotécnica que recibe el nuevo año, en el país. Su creador fue el odontólogo Ernesto Dighero quien observando la vida de los cerros y con la ayuda de todos los vecinos, creo el primer show pirotécnico del país, atrayendo a turistas nacionales e internacionales. El primer evento realizado solo duró 4 minutos ya que habían pocas fabricas de fuegos artificiales que pudieran proveer de los productos de artificio. Es en medio de este festivo ambiente que se desencadenaría la catástrofe:
“En la madrugada de ayer, en los instantes en que la población de Valparaíso celebraba el advenimiento del año nuevo, un incendio de proporciones seguido de impresionante explosión de dinamita estremeció al vecino puerto, causo pánico indescriptible entre los habitantes” (El Mercurio, enero de 1953).
Todo comenzó a la 01:30 de la madrugada del 1 de enero de 1953, momento en el que las llamas avanzaron consumiendo los castillos de madera de la Barraca Schulze. Dada la gran magnitud del incendio, la Comandancia del Cuerpo de Bomberos ordenó activar la alarma general, iniciándose luego una larga batalla para acabar con el fuego. Lamentablemente para aquellos abnegados bomberos y para la gente que se reunió a observar este desgraciado evento, lo peor estaba por venir.
Las llamas avanzaron cada vez más, alcanzando edificios vecinos, mientras que la barraca convertida en una inmensa hoguera iluminaba todo el corazón de Valparaíso. Es así que en el momento menos esperado, una explosión removió los cimientos de la ciudad. En el edificio de la Dirección de Caminos, que también estaba siendo afectado por el incendio, se guardaba gran cantidad de dinamita (cerca de 20 toneladas). Eran pasada las 03:07 de la madrugada, cuando un rayo enceguecedor y un ruido que se escuchó en toda la ciudad, provocó que todos los bomberos que se encontraban en lo alto de las escaleras volaran por los aires, otros quedaran bajo los escombros y otros menos afortunados murieran calcinados.
Pedazos de hierro, trozos de techumbres, puertas y diferentes materiales saltaron violentamente en todas direcciones. Los edificios de las calles cercanas al sitio de la explosión, quedaron tan dañados, que daba la sensación de que habían sido bombardeados. Luego de la explosión se inició el auxilio de los heridos, viviéndose escenas horribles, con sonidos que rompían el silencio del puerto a través de lamentos provenientes de aquellas personas que habían logrado vivir.
Fue tal la magnitud de este siniestro, y la conmoción que género que se apersonó en el lugar el Presidente de la República Carlos Ibáñez del Campo y los Ministros de Interior y Obras Públicas, Guillermo del Pedregal y Humberto Martones, quienes participaron en los funerales de las víctimas, que se contaron en cerca de 50, de las cuales 36 eran bomberos, por lo que esta catástrofe es considerada la peor tragedia bomberil del país y uno de los incendios en la ciudad de Valparaíso con la mayor cantidad de personas fallecidas.
Es así que se vivieron los primeros días del año de 1953 en Valparaíso, entre la felicidad de las celebraciones y el desconsuelo e infelicidad por uno de los peores incendios que el “puerto principal” ha vivido en su historia.
Por Pablo Moya