Dentro de las motivaciones de los españoles para venir al territorio americano que podemos encontrar en los anales de la Historia, podemos ver las que tienen que ver con la búsqueda de nuevas especias y de metales preciosos, pero también estaba el avance social que significaba cualquier expedición y la posibilidad cierta, de trascender a partir de las proezas inmortalizadas en relatos de los cronistas de la época.
Además de lo anterior, también hay una razón espiritual que movilizó tanto a conquistadores como a la corona española e iglesia, y esa fue “la evangelización”. Con las invasiones turcas durante el siglo XV al continente europeo y en consecuencia la expansión de la religión musulmana, la cristiandad se sintió amenazada, por lo tanto la cúpula de la curia, tuvo la intención de expandir el mensaje cristiano a toda América y consolidar así en el nuevo mundo, una religión que se veía amenazada.
Por este motivo el desembarco de sacerdotes católicos al nuevo continente, tuvo como objetivo evangelizar a los aborígenes, rol que los llevó a tener un papel protagónico en la colonización americana y en Chile. La influencia que tuvo la iglesia en el tiempo se vio materializada en la sociedad latinoamericana por medio de sus actores. Agustinos, franciscanos y jesuitas, además de administrar la Fe ocupando la educación como herramienta fundamental en la transferencia cultural, pudieron crear y organizar registros de nacimientos, defunciones y matrimonios, actividades de gran trascendencia para el orden de las sociedades, alzando a la iglesia católica como una de las instituciones más importantes del periodo colonial.
No es extraño, por lo tanto que ante la falta del desarrollo científico, la iglesia se encargará de dar respuesta a las grandes preguntas y cuestionamientos del hombre. La muerte, las sequías, las enfermedades, los incendios, las lluvias, las inundaciones y terremotos, fueron entendidos como “actos divinos” donde Dios castigaba a la sociedad pecadora por medio de los fenómenos de la naturaleza. Actos que alteraban la vida de las comunidades, que para calmar su congoja, buscaban consuelo en Dios.
En América del sur tenemos dos grandes ejemplos de lo anterior:
En Chile el lunes 13 de mayo de 1647 aproximadamente a las diez de la noche, un fuerte terremoto generó la ruina de la ciudad de Santiago y alrededores. Fueron cerca de quince minutos según los cálculos de aquella época en que gran parte de la ciudad incluidos edificios icónicos como la Catedral, quedaron en el suelo y asimismo muchas personas encontraron la muerte aplastadas por tejas y adobes de las construcciones. Lo curioso de este evento sísmico fue que la Iglesia de San Agustín ubicada en el centro del Santiago de aquel entonces, sufrió serios daños, salvo el muro que servía de soporte a la imagen del Cristo de la Agonía, a la cual se le desplazó hasta el cuello la corona de espinas. Los relatos de la época describen que cuando Fray Gaspar de Villarroel, dio cuenta de lo anterior, intento sin éxito sacar la corona de espinas del cuello de Cristo. Cada vez que lo intentaba una réplica del sismo se sentía generando nuevamente pánico y terror. Ante esta situación el obispo ordenó organizar una procesión por la ciudad de Santiago y pasear la imagen por la ciudad, seguramente para darle esperanzas a los feligreses quienes en masa se congregaron y acompañaron a la imagen del Cristo de la agonía en búsqueda de alivio ante la pérdida material y humana que habían vivido. De esta manera se dio inicio a una tradición que se mantiene hasta nuestros días y al mismo tiempo dando origen al hoy conocido Cristo de mayo o Señor de los temblores.
El segundo corresponde a Perú. El 13 de noviembre de 1655 a las 14:45 horas, se dejó sentir en Lima un fuerte terremoto que derrumbó templos, casonas, y viviendas que cobró según las estadísticas de la época miles de víctimas y damnificados. Al igual que en el caso chileno de lo poco quedó en pie, pintada en una muralla de adobe se alzaba la imagen del Señor de Pachacamilla. Si bien la instauración de la procesión no fue inmediata si se realizaba cada viernes reuniones para venerar la imagen, reuniones que con el tiempo fueron aumentando en cantidad de personas. El 20 de octubre de 1687 un nuevo terremoto sacudió nuevamente la ciudad de Lima realizándose la primera procesión, la que fue repetida todos los años siguientes en memoria de aquel destructivo terremoto, para ello se contaba en aquel entonces con una copia de la pintura original. Además de la procesión participaban otras imágenes religiosas provenientes de otras cofradías, todo con el fin de aplacar la ira de Dios. Con los años nuevos terremotos se fueron sucediendo en Perú y la devoción al ya para aquella época “Cristo o Señor de los milagros”, fue creciendo, al punto de que en 1715 fue elegido como Guardia y Custodio de la ciudad. Es de esta manera que a pesar de que su invocación inicial estuvo relacionada con temblores y terremotos, también se le considera como remedio contra los males de la salud, y luego como protección contra cualquier mal en general, siendo su procesión la celebración más grande del Perú y una de las procesiones más grandes del mundo.
El relato de estas dos historias se puede observar factores comunes, como la destrucción, la muerte, la desesperanza, pero principalmente el miedo a la ira de Dios, influencia que entregaba la iglesia en las personas de la antigüedad. Las acciones del hombre, eran las que hacían que Dios tomara medidas para corregirlo, en la búsqueda de que sus hijas e hijos obraran de la mejor manera. Pero, así como castigaba también ofrecía protección a quienes estuvieran dispuestos a seguirlo, o teniendo Fe.
En la actualidad, gracias al avance de las ciencias, sabemos que los fenómenos naturales como terremotos, maremotos, entre otros, tienen una explicación racional y que las catástrofes están relacionadas con los grados de vulnerabilidad que presentan las diferentes sociedades, reflejadas en los planes que regulan las construcciones, los sitios en donde se edifica y los materiales de construcción, por lo tanto las catástrofes son una construcción social, en donde la mano del hombre es quizás más influyente que la de Dios.
Por Pablo Moya.