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Salud, Contaminación, Humo y Miasmas

Salud, Contaminación, Humo y Miasmas

 

El señor Juan Miguel[1], vecino profundamente preocupado por los sucesos acaecidos los días 27 y 28 de octubre de 1827, escribía a don Miguel Francisco Trucios, Juez de Policía de la ciudad de Santiago[2], sobre el incendio ocurrido en los patios de la Aduana[3]. En aquella ocasión, lamentablemente, ardían en dichas instalaciones más o menos setenta quintales de tabaco virginia[4] podrido. Su preocupación no era el incendio en sí, ni la perdida de la mercadería, si no las consecuencias que este hecho podría acarrear en la salud de la población. Así, anotaba que:

“cuando se dio esta providencia, seguramente no se tuvo presente el gran perjuicio que se le causaba a una gran parte de la población, que por su posición o negocios están bajo la acción de los miasmas que dicha sustancia exhala a el quemarse. El tabaco contiene (aun bueno) principios tan activos que atacan de un modo pronto y terrible el principio de la vida; la atmósfera sobre cargada de estos, [que] inspirados por largo espacio, promueve enfermedades terribles, y en algunas personas predispuestas, hace explosiones espantosas en su salud. Todos los vegetales húmedos a el quemarse, exhalan uno de los gases deletéreos que más pronto destruyen la vida: este principio conducido por el aire, y absorbido por los seres vivientes presentara en breve victimas en número, máxime habiéndose puesto en acción, en la época de el año en que los cuerpos están más dispuestos a las enfermedades. Restan aun dos Almacenes llenos, que deben seguirse quemando, en el dicho punto.

? Cuáles serán los resultados si V. S. no se antepone con una poderosa energía.

Sera responsable a los espantosos males que causara una medida, que tanto está en contradicción con los principios de una policía pública. Si mis indicaciones parecen exageradas consúltese con los mejores profesores de la ciudad, y ellos o yo indicaran los medios más oportunos para que sin perjuicio de el Fisco ni de la Salud Publica se verifique la quema de el Tabaco. Si no es de el resorte de V. S. el poder evitar los males que próximamente nos amenazan, tenga V. S. la bondad de indicarme ante qué Juez debo exponer mis observaciones.

Veamos, brevemente, algunos puntos que advierte el señor Juan Miguel:

Primero, la contaminación. Ya en 1827 existía una inquietud por la polución de Santiago – aunque en esta instancia fuera por un suceso específico (un incendio) – y el cómo manejar, solucionar, además de poner atajo a este problema y sus posibles consecuencias. Tal como lo expone Armando de Ramón, “en aquella época, la ciudad de Santiago sufría una fuerte contaminación del aire provocada por el humo y el polvo en suspensión. Consta que el barrido de las calles, de la plaza y de otros sitios públicos se hacía sin ningún cuidado, levantando grandes polvaredas ‘llenando el aire de nubes de ceniciento polvo’ las que, muchas veces, permanecían suspendidas mientras iban entrando lentamente en casas y edificios. Lo mismo debía pasar con el humo causado por las chimeneas, fogatas, quemazones y otros incendios provocados por el hombre”[5].

Segundo, el término “miasma”. El humo que se producía de estas acciones (las quemas de pastizales, chimeneas y fogatas, incendios, etc.) podía ser entendido también como el “miasma”[6]. Siguiendo a Larrea, la teoría miasmática “explica la incidencia de los fenómenos ambientales en el origen de las causas mórbidas. Estas causas son denominadas miasmas, que son exhalaciones y emanaciones hediondas responsables del origen de enfermedades”[7]. Son, además, “las emanaciones o exhalaciones procedentes de los cadáveres, los pantanos, los hospitales, las cárceles y los cementerios. Constituyen las impurezas que corrompen la atmósfera y producen las enfermedades, caracterizándose principalmente por su mal olor. Los médicos utilizan este concepto para referirse a las causas naturales que propician el origen de las enfermedades, entre las que incluyen la locura, la malaria, la peste, el tifus, el cólera, la viruela, la fiebre amarilla, entre otras”[8]. Eran, entonces, entendidos como emanaciones fétidas y vahos liberados por distintas materias orgánicas en descomposición, sea vegetal o animal, y que estaban íntimamente ligados al origen de las epidemias o enfermedades severas que afectaban a un número importante de la población, causando diferentes estragos, tanto de corta como de larga duración.

Y, por último, la idea de “salud” que tenía la sociedad de la época. El concepto, durante el siglo XIX, se identificaba bajo otras expresiones: higiene, salubridad o beneficencia. Así, durante la primera mitad del siglo, existieron instituciones que componían el sistema sanitario de la época: el Protomedicato, la Junta de Sanidad, la Sociedad Médica, la Junta de Vacuna y la Junta Central de Beneficencia. Estas instituciones fueron las encargadas de enfrentar y diagnosticar los problemas de salud que impactaban a los habitantes del país. Según Salinas, “se apuntaba a la infraestructura sanitaria de la ciudad (aseo, desagües, mataderos, vigilancia de la calidad del abastecimiento alimenticio, etc.), pero muy poco a la atención directa de la salud de la población. Tal vez la primera atención prestada a este último aspecto surgió con el servicio de la vacunación, organizado en 1830 y en adelante sistemáticamente perfeccionado”[9].

Ahora, si tomamos en cuenta la descripción de cómo era la Aduana – que recogió Feliu Cruz desde las impresiones de distintos viajeros que visitaron Santiago a principios del siglo XIX –, no deberíamos extrañarnos que los conceptos de contaminación, miasma y salud estén intrínsecamente conectados en la comunicación del señor Juan Miguel. Decían estos viajeros que la limpieza del lugar era mínima y dejaba “mucho que desear”. Llegaban allí las carretas cargadas de mercaderías que provenían del puerto de Valparaíso, donde debían pasar el control correspondiente para luego ser registradas. La muchedumbre que pululaba por el edificio – jóvenes desaseados y carreteros que se expresaban con las formas más “viles del lenguaje” – se mezclaban con las mulas que ocupaban la plazuela. El interior de la Aduana “no presentaba ningún cuidado. Desde que se pasaban los umbrales del edificio, que era de dos pisos, reinaba, como en las demás oficinas públicas, una suciedad imperdonable. Las imponentes escalas eran un testimonio repugnante de ello y de la flojera de los empleados”[10].

Una contaminación nociva, suficiente como para viciar el aire será siempre calificada como la responsable de la aparición de ciertas enfermedades epidémicas que, no solo afectaban a los individuos débiles o enfermos de la sociedad, sino que también causa disrupciones a la sociedad entera. Era necesario mantener una política pública, emanada desde el gobierno, que pusiese un atajo a estas situaciones, conteniendo los “miasmas” antes de que causaran más trastornos. La función principal de las instituciones de salubridad pública era atacar los males epidémicos, y formar un frente unificado en contra de las enfermedades que agredían a la población. A pesar de siempre tener el bien común en mente, no siempre las soluciones se llevaron a cabo ni de manera oportuna y mucho menos de manera efectiva, por ende, las embestidas constantes de distintas epidemias a la población chilena durante todo el siglo XIX.

Por Itshel Rabi Mourguet

 


[1] El apellido del remitente no está claro. Aparece tan solo como una rubrica rallada ininteligible.
[2] Los inspectores de policía en Chile aparecen en la ciudad de Santiago en 1817, durante el gobierno de José Hilarión Quintana. Institución heredera de los alcaldes de Cuartel coloniales. Eran ocho en total, que correspondían a los ocho distritos santiaguinos, y eran nombrados por el Juez de Alta Policía. Su deberes eran variados, e incluían ser los “celadores de la opinión pública, los agentes de las más delicadas comisiones del Gobierno; los jueces inmediatos de los habitantes de su distrito; los promotores del bien de los ciudadanos, los colaboradores de la gran obra del establecimiento del orden, la quietud y la prosperidad publica y, finalmente, los responsables ante su generación y una inmensa posteridad, de las esperanzas que el Gobierno y los pueblos habían depositado en la organización sólida y permanente de la policía”. Además, debían colaborar con el orden, la quietud y la prosperidad pública. (Albornoz Vázquez)
[3] El edificio de la Real Aduana se encontraba en la esquina de las actuales calles Bandera y Compañía. Actualmente, alberga al museo de Arte Precolombino. (De Ramon)
[4] Gracias al liberalismo económico que se dio a partir de 1810, el surtido de tabaco importado aumentó considerablemente gracias a las acciones de privados y nuevos actores comerciales. A principios de la década de 1820 (cuando vuelve la estabilidad del Estanco) es posible encontrar en el mercado tabacos de distinta procedencia: picado, habano, virginia y guayaquil. Su venta se efectuaba por libras (y onzas), lo que restaba participación al producto en rama, abastecido en mazos. (Martínez Barraza)
[5] De Ramon, A. pág. 115.
[6] El término “miasma” es mucho más amplio y complejo, pero solo lo entenderemos, en este apartado, como un vaho pesado, espeso, persistente, podrido.
[7] Larrea. Pág. 55.
[8] Larrea. Pág. 82.
[9] Salinas. Pág. 102 – 103.
[10] Felíu Cruz. Pag.62 – 63

 


 

Fuente
Fondo Salvador Trucios. Vol. 43, foja 4 y 4v.

 


Bibliografía

Albornoz Vásquez, M. A. (2014). Tensiones entre ciudadanos y autoridades policiales no profesionales. San Felipe, 1830-1874. Revista Historia y Justicia, 2. DOI: https://doi.org/10.4000/rhj.6022
Martínez Barraza, J. J. (2018). Consumo de tabaco en Santiago de Chile durante el periodo tardío colonial e inicios de la era republicana. Historia Agraria, 76. 123-156. DOI: https://doi.org/10.26882/histagrar.076e04m
Caffarena Barcenilla, P. (2020). La enfermedad y sus causas en el siglo XIX chileno: La mirada del doctor Guillermo Blest. Revista chilena de infectología37(5), 591-596. DOI: https://dx.doi.org/10.4067/S0716-10182020000500591
Caffarena Barcenilla, P. (2021). Epidemias, instituciones y estado. La salud en Santiago de Chile, 1810 – 1842. Revista Ciencias de la Salud, 19, 1 – 18. DOIhttps://doi.org/10.12804/revistas.urosario.edu.co/revsalud/a.10595
Salinas M., R. (1983). Salud, ideología y desarrollo social en Chile 1830-1950. Cuadernos De Historia, 3, 99–126.
Larrea Killinger, C. (1997). La cultura de los olores. Una aproximación a la antropología de los sentidos.
Feliu Cruz, G. (2001). Santiago a comienzos del siglo XIX. Crónicas de los viajeros.
De Ramon, A. (2015). Santiago de Chile. Historia de una sociedad urbana.

 

 

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