Durante este año 2023, en Chile se han hecho presentes lluvias que han permitido combatir la crisis hídrica que enfrentamos desde hace 14 años. Hoy los diferentes embalses de nuestro país, concentran cerca de un 34% más de agua acumulada si se compara con el año 2022, esto según los datos del ministerio de Obras Públicas. Lo anterior es alentador, a pesar de que aún afrontamos una escasez hídrica, por lo que se seguirá agradeciendo el que puedan existir más precipitaciones. El problema es cuando estas tan ansiadas lluvias, terminan transformándose en grandes inundaciones generando perjuicios en la población, algo tantas veces visto en la historia de nuestro país.
En el caso específico de la VII región y más en concreto la comuna de Licantén, las inundaciones de este 2023 no son algo nuevo. En 1986, tanto la región como la comuna fueron actores protagónicos con decenas de damnificados, con las lluvias que se sucedieron primeramente entre el 19 y 20 de abril de aquel año y luego de las precipitaciones que se presentaron entre el 24 y 28 de mayo para finalizar entre el 15 y el 17 de junio del mismo año. Centenares fueron las viviendas que terminaron con daños, caminos interrumpidos, cortes de suministro eléctrico y de agua potable con rupturas de alcantarillados, sin contar los grandes daños que se produjeron en la agricultura.
Luego de esta catástrofe, vino el proceso de reconstrucción encabezado por el gobierno de aquel entonces, en coordinación con la Oficina del Coordinador de las Naciones Unidas para Ayuda en Caso de Desastres (UNDRO) y también el apoyo de la Cruz Roja. La reflexión que se debe realizar, es ¿qué tanto se aprendió de aquella experiencia, de manera tal de mitigar una nueva inundación? Y la respuesta llegó el año 2008 cuando en mayo de aquel año, la comuna nuevamente quedó sumergida con el agua de las precipitaciones que cayeron en aquel entonces, las que no hicieron más que volver a dejar en evidencia nuestra poca preparación ante eventos meteorológicos, a pesar de todas las herramientas con las que hoy contamos para poder anticiparnos y prepararnos de buena manera.
A partir de ambas situaciones, se realizaron diferentes investigaciones con el objetivo de que los estragos que se generaron no volvieran a ocurrir. Lo que principalmente se evaluó fue el poder trasladar las oficinas de los servicios básicos, como hospital, bancos, comisaria, bomberos, fuera de la zona de inundación de manera tal, que estos pudiesen seguir funcionando ante una eventualidad meteorológica. Tristemente nada de aquello ocurrió y este año 2023 la comuna de Licantén nuevamente se vio envestida por grandes inundaciones que arrasaron con todo a su paso. Se estima que con el desborde del río Mataquito, más de 3.000 personas fueron afectadas y 1.400 hogares quedaron damnificados a lo que se suma el corte de caminos y falta de conexión de agua, luz e internet. Además, se produjeron derrumbes de casas y caídas de árboles.
Pareciera que estamos frente a un círculo que jamás acabará, es decir, cada vez que llueva en Licantén, la ciudad se verá amenazada por nuevas inundaciones. En ese sentido cobra fuerza y valor la tesis de Andrew Maskrey en su libro “Los desastres no son naturales”, en relación a que los fenómenos naturales no son necesariamente desastrosos, sin ir más lejos y como lo decíamos al inicio de este relato, las lluvias que hoy tenemos eran y son necesarias para combatir la sequía que nos asola, el problema es ¿cómo reducimos nuestro grado de vulnerabilidad frente a ellos?, lo cual depende únicamente de nosotros como sociedad, y por supuesto de las autoridades que debiesen liderar un trabajo en la línea de poder adaptarnos de buena manera a los desafíos que la naturaleza nos propone, los cuales son cada vez más constantes y cambiantes. No estamos o no debiésemos estar necesariamente a merced de las fuerzas naturales.
Chile tiene muchos lugares con peligros inminentes al igual que Licantén o como Concón, que producto de una gran expansión urbana sin control, donde se apropiaron de una manera indiscriminada del medio natural (sistemas dunares), tenemos como resultados el socavón bajo el edificio Kandinsky.
En definitiva, algunos fenómenos naturales pueden ser destructivos, pero NO siempre causan desastres como lo hemos visto este invierno principalmente en la zona central. Parece ser tiempo de dejar el papel, y llevar a la práctica las medidas necesarias para que en lo posible, no volver a repetir las tristes escenas que ha dejado las lluvias de este 2023, ¡evitemos una crónica de una inundación anunciada!
Pablo Moya Rojas