Ayer a las diez y tres cuartos de la noche fue plagado este pueblo con un terremoto tan extraordinario que en obra de dos o tres minutos, que duraría el máximum de su espantosa violencia, se desplomaron o quedaron ruinosos todos sus edificios, sin exceptuarse templo ni casa alguna pública o particular (Gaceta Ministerial de Chile. Santiago, 27 de noviembre de 1822).
El 19 de noviembre de 1822, cuando el reloj marcaba las diez y media de la noche, un violento terremoto sacudió durante tres minutos a una amplia porción del territorio nacional. Según diversos reportes, aquel seísmo afectó con distintas intensidades a las ciudades de Santiago y Valparaíso, así como también a las localidades de Casablanca, Quillota, Limache, La Ligua e Illapel. Incluso se tienen noticias de que el prolongado movimiento sísmico causó perjuicios menores en la provincia argentina de Mendoza.
Las diversas noticias que dan cuenta de los estragos ocasionados por este terremoto señalan que en la capital de la República el movimiento provocó gran espanto entre la población. Sin embargo, y a pesar de la intensidad del impacto y de las prolongadas réplicas –aquí registradas durante dos meses–, los estragos fueron mínimos y solo de tipo material, ya que: “aquí en la ciudad, gracias a Dios no ha hecho mayor estrago” (Carta de María Juana de Eyzaguirre a su hermano José Alejo de Eyzaguirre en Mendoza. Santiago, 28 de noviembre de 1822”, en Eyzaguirre, Jaime (comp.). Archivo epistolar de la familia Eyzaguirre: 1747-1854).
Ahora, si este nuevo terremoto, a juzgar por los testimonios, no causó grandes daños en Santiago, sí los generó en Valparaíso. En esta última ciudad, y según una de las relaciones contemporáneas, un ruido subterráneo coincidió con el sacudimiento, y en el acto comenzaron a caer con gran estrépito las casas, las iglesias y demás edificaciones.
En este complicado escenario, algunos residentes mencionaron que muchos porteños, recordando lo que habían oído decir de catástrofes anteriores, comenzaron a vociferar que “el mar saldría de su lecho y que iba a tragarse la ciudad” (Lafond de Lucy, Gabriel. Viaje a Chile. Santiago, Imprenta Universitaria, 1911). En consecuencia, fueron muchas las personas que al escuchar aquel rumor abandonaron precipitadamente la costa temiendo que el mar invadiese la parte baja de aquella urbanización. Ciertamente, durante la ocurrencia del terremoto, el mar se agitó considerablemente, llegándose a observar en tres ocasiones el avance y retroceso de las olas hasta formar una “de 12 pies sobre su nivel ordinario” –casi cuatro metros– que reventó con gran estruendo en la bahía (Carta de Carlos Thurn al brigadier y gobernador de la plaza José Ignacio Zenteno. Valparaíso, 30 de diciembre de 1822). Este tsunami, aunque leve, provocó que los cañones de algunos buques de guerra saltaran “verticalmente” de las cureñas, y que los tripulantes de estas embarcaciones por un momento se creyeran en gran peligro. No obstante, cuando el mar se calmó, aquellas embarcaciones pasaron a convertirse en el único refugio para decenas de personas que quedaron sin hogar.
Volviendo al plano de la ciudad, debemos indicar que muchos porteños y residentes extranjeros, en medio de la perturbación y de las incesantes oscilaciones de la tierra–contabilizadas en más de doscientas a lo largo del día–, comenzaron una loca carrera en medio de los escombros para salvar sus vidas, o bien para intentar reunirse con los suyos. En este contexto, el oficial de la marina inglesa Richard Vowell indicó que cuando amaneció se vio “a las gentes en grupos desolados acampar en los cerros, sin abrigo suficiente” (Vowell, Richard. Campañas y cruceros en el Océano Pacífico).
En consecuencia, la población de Valparaíso resultó ser la más afectada debido a las importantes pérdidas económicas, materiales y humanas que causó el terremoto. Sobre este punto, y para apreciar de mejor manera el impacto de la catástrofe, reproducimos algunas líneas del minucioso catastro que levantó el ingeniero Carlos Thurn:
«Las casas particulares arruinadas se aproximan a 700, habiendo quedado las demás habitables o en estado de servir a costa de una pequeña refacción. Aquí es de notar que los edificios que se reconocen construidos sobre suelo firme no han experimentado mayor mal, tanto los que se hallan situados con mucha inmediación a los cerros resistieron la fuerza del movimiento sostenidos de las rocas que les forman en cimiento» (Carta de Carlos Thurn al brigadier y gobernador de la plaza José Ignacio Zenteno. Valparaíso, 30 de diciembre de 1822).
Completando este adverso panorama, la inglesa María Graham dejó un interesante comentario relacionado con los albergues que se improvisaron en los cerros de Valparaíso, donde personas de distintas clases sociales tuvieron que compartir la desgracia de este infausto acontecimiento:
!Las carpas y ramadas de los infelices fugitivos reclamaron toda mi atención, pues allí se me presentó la horrible catástrofe en un aspecto enteramente nuevo para mí. Ricos y pobres, jóvenes y ancianos, amos y criados, todos estaban confundidos y apiñados en una intimidad que, aún aquí donde las diferencias de clase no son tan marcadas y hondas como en Europa, me pareció verdaderamente pavorosa» ( Graham, María. Diario de su residencia en Chile (1822) y de su viaje al Brasil (1823). Madrid, Editorial América, 1918).
Por otra parte, y en la medida que transcurrió la semana, se comenzó a saber el trágico destino de otros pueblos de la región. En Quillota por ejemplo, muchas casas quedaron destruidas y otras tantas sufrieron daños apreciables. El puerto de Quintero resultó completamente arruinado, y sus pescadores relataron que debieron abandonar sus habitaciones ante un inminente tsunami, ya que el mar se había levantado más de cuatro pies –1.5 m–. Del mismo modo, John Miers, que residía en Concón cuando se desencadenó el terremoto, comentó que este conjunto urbano, junto con el de Casablanca, Limache y Viña del Mar, sufrió serios daños en sus casas e infraestructuras. En este contexto, aquel ingeniero británico fue concluyente al señalar que ningún ataque ni bombardeo podría haber causado una ruina tan completa como aquel seísmo. Se pensó, como puede resultar lógico al ver y describir la gran devastación que experimentaron estos poblados, que la cifra de muertos era altísima, incluso algunas noticias preliminares hablaban de trescientas personas fallecidas. No obstante, solo fueron 79 los individuos que perdieron la vida, mientras que el número de heridos ascendió a 110, dentro de los que se contaba el propio Director Supremo de Chile, don Bernardo O’Higgins Riquelme.
Finalmente, debemos decir que este “temblor grande” –como fue llamado este seísmo por los contemporáneos–, también fue sentido en el sur de Chile, concretamente en las ciudades de Concepción, Talca y San Fernando, aunque fue descrito con poca violencia. En tanto que las réplicas, que solo en la región de Valparaíso se computaron hasta finales de septiembre de 1823, obligaron a los damnificados a permanecer, una vez más, en ramadas, ranchos y toldos, o en áreas abiertas y alejadas de la línea de costa para prevenir los posibles estragos de nuevos temblores y eventuales tsunamis.