El 3 de marzo de 2020 se confirmó en Chile, el primer caso de Covid-19 o como se le ha conocido popularmente Coronavirus. Desde ese momento, día a día los casos de contagiados y víctimas de este virus aumentan. Algo similar ocurrió en nuestro país, cuando en 1831 y 1832, la escarlatina, se propagó en todo el país contagiando y matando a miles de personas, especialmente niños, provocando mucho terror en la sociedad chilena.
La escarlatina es una enfermedad epidémica e infecciosa, fue conocida en Europa muchos siglos atrás, e invadió en 1830, por primera vez, la América meridional, provocando estragos en Brasil, Argentina y luego en Chile. Esta epidemia llegó a nuestro país vía marítima, haciendo su aparición triunfal en Valparaíso, para luego aparecer en Santiago, Concepción y otras regiones de Chile. La escasez de médicos, la inexperiencia de algunos de ellos y sobre todo la falta de hábitos de higiene, según Barros Arana, contribuyeron a que la situación se agravara aún más.
A diferencia de lo que sucede hoy, en esa época la sociedad chilena no se encontraba preparada para lidiar con ninguna enfermedad, producto de la poca cantidad de médicos existentes, ya que recién se estaban llevando a cabo, los primeros cursos de farmacia y medicina, reflejando un gran atraso cultural. Por lo mismo, la población no confiaba en los médicos y la farmacéutica, porque consideraban que estos, generaban muchos males en vez de algunos beneficios. Esto se podía ver principalmente en los sectores rurales, donde mucha gente jamás habían visitado a un médico, bajo la idea de que eran más sanas que las personas que tenían acceso a una botica y a un médico. (Diego Barros Arana, Historia General de Chile, XVI:258 (nota) Santiago de Chile. 1902).
Esta relación entre medicos y población, se agravó aún más cuando cuatro ellos, de origen inglés que vivían en Santiago, dispusieron un tratamiento desacorde con la epidemia. Recetaron para la escarlatina, como método curativo, el empleo de sudoríficos, purgantes y cataplasmas, aislando en lo posible a los enfermos, manteniéndolos en mucho abrigo y privándolos del aire libre. A pesar del tratamiento, la epidemia aumentó considerablemente, ya que los pacientes y sus familiares dudaron del éxito curativo del mismo, actuando preferentemente con medicamentos caseros y asistiendo a ceremonias religiosas, rogativas públicas y procesiones, con la idea de obtener la cesación del flagelo que, no obstante, aumentaba, produciendo más alarma y cada vez más terror.
Estos cuatro medicos y en conjunto con otros profesionales, recomendaron que para evitar el contagio, debía existir la pronta traslación de los cadáveres al cementerio y su inmediata sepultación, sin detenerse en honras fúnebres, se contó con probabilidades de verdad que algunos enfermos afectados por un apasiono, habían sido enterrados vivos, lo que contribuyó a aumentar la más consternación. (Diario la Unión, de Valparaíso 1 de mayo de 1921).
La prensa de la época, informó de la situación presentándola de manera benigna para no alarmar a la población, asimismo se comparó la escarlatina con enfermedades que ya se habían superado como la viruela. Asimismo, recomendó medidas higiénicas para evitar entonces la propagación de la enfermedad. En 1831, el diario El Araucano consignaba los siguientes datos para el Cementerio General en Santiago:
Primer semestre de 1831: 1409 cadáveres – Segundo semestre de 1831: 2296, de los cuales 1.108 eran niños.
Mientras tanto, en el primer semestre de 1832, cuyos cuatro meses primeros fueron los más mortíferos de la epidemia, se sepultaron 3.013 cadáveres, de los cuales 1.041 eran de niños, 1.065 del sexo masculino y 907 mujeres (El Araucano 20 de julio de 1832).
Por la sensación de descontrol de la epidemia, el gobierno alarmado requirió del Protomedicato (Comité de expertos) que le indicara las normas para la curación de la enfermedad a fin de divulgarlas en el pueblo y las medidas preventivas que debían llevarse a la práctica.
Uno de los integrantes del comité de expertos fue Agustín Nathaniel Cox, cirujano de origen inglés que perteneció a la marina real, con la cual realizó varias expediciones, llegando a Montevideo y renunciando a la marina de su país. Luego de su paso por Uruguay fue a la Argentina y en 1814 llegó a Chile invitado por el comandante inglés James Hillyar. Estuvo muy cerca del poder, ya que asistió al marques de Villa Palma y luego fue muy cercano a Manuel Blanco Encalada, por quien se quedó en Chile ya que se hizo parte de la causa patriota, acompañando al ejército al sur. En 1819, Bernardo O´Higgins le concedió la ciudadanía por su patriotismo y su adhesión a la causa de la Independencia de Chile. Luego fue cirujano del Hospital San Juan de Dios y decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile. Cercano al poder, estuvo a cargo del comité de expertos que aconsejaron al gobierno de la época sobre la epidemia que estaba causando los estragos descritos.
El 13 de octubre de 1832, el Protomédico tuvo la misión de informarle al Gobierno que las medidas sugeridas, eran el resultado de la intervención de todos los profesores de la Escuela de Medicina y que la mayoría convino que era imposible detallar un método curativo de la fiebre escarlatina en general, respecto a que dicha enfermedad se presentaba de diversos modos y que cada uno de ellos exigía un tratamiento especial y diverso uno de otro, ya sea por la edad, sexo, complicaciones con otras enfermedades, complexiones especiales del sujeto, etc. Se propuso también, basado en algunos estudios del Dr. Hufeland, primer médico del Rey de Prusia, un tratamiento que consistía en disolver 2 gramos de extracto blando de belladona en una onza de alcohol de canela e ingerir una copita de agua por termino de nueve días, diez gotas de la indicada mixturan una vez al día: en los niños se disminuía la cantidad. Esta sencilla preparación, afirmaba Cox, podría ser útil bajo muchos aspectos, sin que trajera perjuicios algunos.
El trabajo del grupo de especialistas, comparó los estados necrológicos de todas las ciudades de Chile con los de Santiago, el cual demostraba que la mortalidad en la capital era proporcionalmente doble o triple a los demás pueblos. Se percibió el 100% mayor que en los puntos más enfermizos del globo y 200% mayor al norte de Europa.
El grupo dio cuenta también al gobierno central, de la realidad de los hospitales, donde se veían fallecer la tercera parte de los infelices que se asilan a esas moradas de exterminio y destrucción. Aconsejaron al Supremo Gobierno, que si no tomaba a su cargo con firmeza y decisión, mejorar el estado de la policía y salubridad de la capital, además si no ponía bajo la dirección de la salud pública, a hombres dotados de conocimientos científicos, para que estos ilustren con absoluta independencia a quienes llevan afecto las medidas de salubridad, cada día una epidemia particular emanada de un estado de insalubridad permanente, iba a destruir a pasos agigantados a la población.
Propusieron también de primera y absoluta necesidad, la creación de un fiscal de salud pública, quien bajo sus conocimientos profesionales indicase diariamente los males a las autoridades respectivas. Por mientras aconsejaron, que se llevará a efecto todos las medidas de salubridad que se le indicó ya que con estas, se conseguiría por dichos arbitrios, modificar en algún tanto, el pésimo estado atmosférico que gravita, envenena y destruye la población.
El Gobierno dio amplia difusión a este informe del Dr. Cox publicándolo en el número 637, del 4 de noviembre de 1832 en el Araucano, y le presto su total aprobación al ordenar ponerlo en vigencia.
Pablo Moya