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La primera catástrofe de los españoles en el Reino de Chile, incendio del 11 de septiembre de 1541

La primera catástrofe de los españoles en el Reino de Chile, incendio del 11 de septiembre de 1541

Siete meses luego de la fundación de la ciudad de Santiago del Nuevo Extremo, el 12 de febrero de 1541, los españoles debieron afrontar su primera catástrofe, un destructivo incendio que transformó en cenizas y escombros lo que hasta la fecha, con dificultades habían levantado.

Para entender las razones de este siniestro, hay que remontarse al primer encuentro entre Pedro de Valdivia y Michimalonco, en el cual este último al verse derrotado, prometió llevar a los españoles al corazón de la riqueza Inca en Chile, los lavaderos de oro en Marga Marga. Ya instalados en el sector, Valdivia mandó a construir un bergantín que le permita exportar el oro al Perú, trabajo que estuvo a cargo de 8 carpinteros y que finalmente no fue concretada, ya que, los indios que estaban bajo las órdenes de los españoles se sublevaron y arrasaron con todo a su paso, quedando solo dos sobrevivientes, Gonzalo de los Ríos y Juan Valiente, quienes son los que dan las malas noticias a Valdivia,

“Solo Gonzalo de los Ríos y un negro esclavo llamado Juan Valiente, habían logrado escapar a uña de caballo para referir la catástrofe. Los indios dieron también muerte a los carpinteros que construían el buque, y a los indios peruanos que estaban al servicio de los españoles, e incendiaron el casco de la nave, destruyendo así las esperanzas que por tanto tiempo había acariciado Valdivia.” (Diego Barros Arana, Historia General de Chile Tomo I).

Ante tal situación, Pedro de Valdivia mando a traer 7 de los jefes o caciques más importantes del valle central, los cuales manifestaron su desconocimiento y extrañeza ante el lamentable suceso en el Marga Marga, por lo cual el Gobernador los mantuvo prisioneros en la ciudad, pensando que con esto aseguraría el desarme de las diferentes tribus, sin sospechar que esto provocaría todo lo contrario, un ambiente tenso y hostil directo a un enfrentamiento inminente.

Fundación de Santiago por Pedro de Valdivia en 1541

Alonso de Monroy, a cargo de la ciudad de Santiago ante la ausencia de Valdivia, sabiendo que el ataque indígena se produciría en cualquier instante, aumentó la vigilancia y mandó a aumentar las trincheras, lo cual no impidió que el domingo 11 de septiembre de 1541, al mando de Michimalonco, un ejército de indígenas entrara a la ciudad “con tizones en las manos pegando fuego a las casas, que como eran de paja levantaron luego la llama y se abrasó la ciudad a once de setiembre de 1541.” (Historia General del Reino de Chile. Flandes Indiano, Diego de Rosales, Archivo Nacional Histórico). El fuego avanzó rápidamente por lo que en aquel entonces era una pequeña ciudad de Santiago, consumiendo las pocas casas construidas, las que eran de madera y paja que se calcinaron rápidamente, esto forzó a sus residentes a abandonarlas y replegarse en la plaza, en donde surge la leyenda de Inés de Suárez, que ayudó a degollar con sus manos a los 7 caciques que se mantenían cautivos, esto cuando ya la batalla y la ciudad parecían perdidas. Acto seguido, Suárez lideró el escuadrón que terminó con la expulsión de los indígenas, lo que permitió acabar con el incendio.

Las consecuencias de la cruenta batalla e incendio de Santiago fueron nefastas arrojando una gran cantidad de muertos y heridos y lo poco que habían logrado edificar quedo en el suelo. También se consumieron las actas de los Cabildos de Santiago, que Luis de Cartagena, como escribano, trato de salvar escribiendo nuevamente todo sobre cueros, los que fueron comidos por perros. Recién en los primeros días de 1544 con la vuelta de Alonso de Monroy del Perú quien trajo consigo papel, se pudo reescribir el acta de fundación de Santiago y de todos los sucesos que sucedieron y que hoy se conoce como “Libro Becerro”, documento que resguarda el Archivo Nacional Histórico. Del paso del fuego solo se  lograron salvar “dos almuerzas de trigo, dos chanchas, un cochinillo, un pollo y una gallina que como fue la multiplicadora de todos los pollos, la llamaron “la madre eva”. Todo lo demás se perdió” (Rosa Urrutia y Carlos Lanza, Catástrofes en Chile, 1541-1992).

Como prácticamente todo se había perdido, hubo que comenzar desde cero, para esto Valdivia lideró la reconstrucción de la ciudad y la búsqueda de alimentos en campos indígenas cercanos, lo que se dificultó, ya que estos no sembraron más con el afán de que los españoles murieran de hambre. La poca comida que se logró recolectar, se utilizó para cultivos, los que dieron la primera cosecha en 1542, pero como las semillas fueron pocas, la comida no fue suficiente para todos, por lo que debieron de comer los conquistadores raíces e insectos.

Esta primera catástrofe que tuvieron que enfrentar los españoles y sus posteriores consecuencias, fue relatada por el misionero jesuita, Diego de Rosales en 1674 en su obra Historia General del Reino de Chile. Flandes Indiano, a continuación la transcripción de este triste episodio vivido por que hoy es la capital de Chile.


Capítulo XV, Como los indios abrasaron la ciudad de Santiago, acaudillados de Michemalongo, y la pusieron por tierra, sin que lo estorvase la grande resistencia de los españoles; y la victoria contra Cachapoal de veinte mil indios Promocaes.

Como Quilicante Inga llegó a entender que se sabia ya su maltrato, temiendo el castigo de Valdivia, que siempre el que peca teme y tiene por riguroso fiscal a su misma conciencia, variando en sus discursos juzgo escaparse dando aviso a Michemalongo de como Valdivia estaba ausente y lexos de la ciudad, y asi le embió algunos mensajes diciéndoles que no perdiese tan buena ocasión de acabar con los españoles y destruir la ciudad;que los que en ella avia dejado Valdivia eran viejos desarmados, sin municiones ni caballería, y que si les daba un asalto de noche los coxia a todos descuidados, y en pegando fuego a la ciudad era todo suio; que él estaba dentro y tenia prevenido lo que avia de hacer en su ayuda. Michemalongo con este aviso salió a las voladas con diez mil indios, avisando a los demás que le fuesen siguiendo y dando socorros, y sitiándose con la sombras de la noche una legua de la ciudad, en el Salto que llaman de Araya, para dar una alborada y coxer descuidados a los españoles, que aunque no lo estaban no sabían que tenían tan cercano el peligro, hasta que a deshoras de la noche llegó un indio y avisó el Teniente General Michemalongo  estaba con todas sus tropas allí cerca, esperando para dar sobre la ciudad al quarto del alva y ponerla fuego por las cuatro partes, y que lo avia sabido de un cacique principal, que no le podía mentir por ser hombre de verdad.

Oído esto, tocó el arma con todo silencio y apercibió su gente. Avia en la flaca ciudad solo seis arcabuzes y dos vallestas, cuarenta infantes y treinta y dos de a caballo, y alguna gente de servicio. A estos encargo el cuydado de los indios prisioneros, y de la caballería hizo cuatro cuadrillas, las dos encomendó al Maestro de campo Francisco Villagra y Pedro Gomez de Don Benito, personas nobles y de conocido valor y experiencia, otra al capitan Francisco de Aguirre, bien señalado por su hidalguía y famosos hechos en esta conquista, y la otra tomó él para sí. Envió aviso a Pedro de Valdivia del peligro en que estaban, y como se vió empeñado en otro semejante a la vista de veinte mil indios, respondió que apretasen los puños, que asi haría él; y verdaderamente juzgó que Michemalongo no se moviera hasta ver los cuatrocientos indios que Quilacante le avia prometido en su ayuda fingiendo serlo en la nuestra.

Acometió Michemalongo a la ciudad después de haber hecho un parlamento animoso a sus soldados, en el qual les dixo, por fin y remate, que del despojo no queria mas que a Doña Ines de Juarez, una hermosa dama que solo avia en la ciudad, y que todo lo demás fuese de los aventureros, ordenando que dos horas antes del alba entrasen cuatro mangas; que las tres acometiesen a la plaza a quemar las maiores casas y la otra a la del General y a la cárcel: acometieron con esta orden hasta seis mil flecheros y onderos con gran silencio y se pusieron con un capitan  de Colina a la parte que les fue señalada para a la primera seña acometer por donde ahora es Santa Lucia, en cuya parte las centinelas españolas, que estaban vigilantes, sintiendo estruendo tocaron arma. Acudió luego la ronda, que fue don Pedro Velasco y Rondana, hombre noble y de obligaciones. Este pasando a caballo una acequia a reconocer el ruido, dio (por hacer obscuro) con los enemigos, que estaban tendidos por el suelo para disimularse mejor y no ser sentidos; mas como los vió tocó una arma viva y ellos se levantaron con un grande alarido y a sus voces respondieron por las otras partes, y todos a un tiempo entraron con furioso ímpetu y tropel, con tizones en las manos pegando fuego a las casas, que como eran de paja levantaron luego la llama y se abrazó la ciudad a once de setiembre de 1541.

Fue con tanta turbación y tumulto la entrada de tantos millares de indios, que Pedro Velasco, revolviendo tocando arma, le alcanzó de ellos el maior golpe, y sin conocerle por la obscuridad de la noche, le llebaron en peso, sin poner los pies en tierra, mas de doscientos pies de distancia, donde ya que se vió cerca de las casas mató a algunos a estocadas y se escapó, huyendo a incorporarse con la gente.

Los españoles, a la vocería, subiendo a caballo y tomando cada uno supuesto, acometieron con gran valor con la luz del incendio de las casas, con la qual flechaban los indios a tiro cierto. Y como el número fuese casi infinito en comparacion de los pocos españoles, estaban las calles tan llenas de enemigos que los caballos no los podían romper, y asi se sustentaban los unos y los otros, dando y recibiendo crueles golpes.

Ejército español guiado por el Apóstol Santiago

Aquí avia fuego, alli voces, aquí heridos, alli muertos, y todos deseando el dia; y quando el sol comunicó su luz, los españoles, encomendándose a Dios y invocando al Apostol Santiago, mostraron nuevos brios y los barbaros nuevos esquadrones que les entraban de refresco, con que se avivó mas la batalla, y los españoles cobrando nuevos alientos y coraje iban siempre ganando tierra. Ardia la ciudad por todas partes y el humo y el fuego les impedia, sin poder remediar ni defender cosa de lo que dentro de las casas avia, ni tampoco hacían caso de la hazienda, poniendo todo su conato en lo que mas les importaba, que era defender las vidas y la reputacion.

Los indios, discurriendo por las casas desamparadas de sus dueños, cogieron a doña Ines Juarez, que huiendo de las llamas salió con presteza de su casa que se abrasaba; mas, viéndola los españoles en poder del contrario, teniendo por caso de menos valer que el enemigo le llevase a una española que tenían, arrastrándose a recobrarla, acometieron con gran denuedo a la tropa de indios que la tenia en medio, y rompiendo por todos, matando a unos y hiriendo a otros, la sacaron del poder de los barbaros.

Bien conocían los infieles el intento de los españoles, que avian hecho grandes dilijencias por sacarlos a lo raso para pelear campo a campo con ellos y derrotarlos, mas ellos hacían todo su poderío por no salir de la apretura de las calles, que les servían de defensa, y en ellas repetían su flechería con tanta continuancion que casi cubrían el sol, y los otros con las piedras y lanzas no cesaban de combatir, ayudándoles los que traían macanas, toquis y coleos tostados y agudos, y dos mangas de indios que entraron de refresco acudieron a la casa donde estaban los indios presos, apellidando a los demás, para ponerlos en libertad. Pero los infantes que estaban en su guardia hicieron tan valiente resistencia a toda aquella canalla junta que no los pudieron entrar. Acudió en su socorro el Teniente General con su quadrilla de ligera y viendo que el enemigo, no pudiendo ganar la cárcel ni entrar en ella, la avia pegado fuego desesperadamente para que los españoles e indios se abrasen dentro, o por ver si huyendo los españoles del fuego dejaban los prisioneros porque el enemigo no tubiese esa gloria y triunpho de liberarlos de la prisión, y dió la vuelta a donde lo llamaba la mayor necesidad. Y como Doña Ines se hubiese recoxido alli quando se vió libre del enemigo por mas seguridad y viese que los españoles estaban embebecidos en pelear, sin poder dexar sus puestos ni acudir a matar a los prisioneros como avia ordenado el Teniente General, tomó ella una espada y con extraño valor y varonil esfuerzo los fue matando a estocadas, uno a uno, sin dexar prisionero que no muriese a sus manos, haciéndoles cortar a todos las cabezas, a un indio Cuzco que allí estaba le mandó que las echase fuera de la carcel, a la vista de los enemigos, que estaban pidiendo los presos y haciendo su poderío por sacarlos; con que rabiosos de ver las cabezas de los que pretendían sacar vivos de captiverio y que las calles estaban llenas de cuerpos muertos, sin ganancia de aver quemado las casas, siendo ya medio dia, trataron de retirarse.

Pero hallando al revolver de una calle seis caballos y dos españoles muertos, creció en ellos tanto el ánimo y les pareció aver alcanzado tan señalada victoria, que revolviendo las naciones a pelear y esforzándolos sus capitanes, con decirlos que los españoles eran mortales y que allí estaban ya algunos muertos y podían acabar con los demás si no resistían de la pelea, tornaron de nuevo a la batalla con maior furor y animo, acometiendo unos tras otros como las olas del mar, remudándose las tropas a hacer sus embestidas, peleando los españoles con animo intrépido, sin que en mucho tiempo se conociese la victoria declaradamente por una ni otra parte. Los españoles no osaban a desunirse ni apartarse del sitio que avian tomado por fuerte, a donde tenían alguna ayuda de la gente de servicio. Y los indios, queriendo embestir, eran luego atropellados y muchos muertos y heridos, porque cada lanze hacia su efecto, y mayor por estar siempre unidos y en buen orden.

En medio de esta fuga, un español viejo y tullidos llamado Andres Garcia salió de la cama y de su casa huyendo del fuego, y cogiendo una hacha pasó por entre los indios defendiéndose dellos y derribando a algunos, y el valor español, junto con el susto del fuego y del peligro que corria su vida, le expelió el humor y la envejecida enfermedad, hallándose de repente sano y con fuerzas para defenderse de tanto barbaro como le cercaba y para ofenderle, y rompiendo por entre todos ir a incorporarse con los demas españoles que estaban peleando, como salió de la cama, en camisa. Con la llegada del tullido Andres Garcia, de repente sano, y animados con verle pelear con un Cid, se esforzaron todos con la gente de servicio a dar un Santiago al enemigo tan furioso que desmayado de poder vencer e puso en huida, sin que sus capitanes pudiesen detener a las tropas que sin orden huian, y los españoles, aunque heridos, entrapajados y sin fuerzas de tanto pelear, sacando fuerzas de flaqueza siguieron el alcance y la victoria, hiriendo y matando muchos.

El Padre Lobo, Presbitero, salió en esta ocasión con un caballo que tenia, y apedillando victoria y diciendo Santiago y a ellos, y siguiéndole todos y apretando a Michemalongo y sus tropas, los echaron de la ciudad y de su contorno ya que el sol se ponía, haciendo en ellos tal matanza que siguiendo el alcance hasta que cerró la noche dexaron setecientos barbaros en las calles y en la campaña muertos. Quedó la ciudad toda robada hecha ceniza, y los españoles tan cansados de pelear todo el dia que con la frialdad de la noche las heridas se les resfriaron, y como les fue forzoso estar en vela toda la noche porque el enemigo no revolviese y no tuvieron con que curarse, fue grande el dolor que de ellas sintieron, que si los enemigos revolvieran sobre ellos no fueran poderosos a defenderse, porque hasta los caballos, sobre diez y siete que mataron, estaban rendidos  y tales que del cansancio y las heridas no se podían menear. Murieron cuatro españoles por demasiado atrevidos y valientes, que fue, asi por la falta que hacían como por su estimacion, que valia en aquel tiempo un caballo mil y dos mil pesos. Señaláronse todos los soldados en esta batalla y cada uno merecia lauro aparte, pero no es posible nombrarlos a todos; solo digo que los mas nombrados entonces fueron los Maestros de campo Francisco de Villagra, Aguirre, Francisco de Avila, Marcos Veas, Diego Oro, Antonio Diaz y Alonso de Morales, hombre noble y valeroso que matando y hiriendo quebró este dia tres espadas, y señalóse extrañamente tambien un negro.

Sobre los trabajos de esta noche y el dia pasado les sobrevino otro, que como la ciudad está en llano y tiene muchas acequias que le entran del rio, hallando como hallaron las calles llenas de cuerpos muertos, se revalzaron de suerte que inundaron la ciudad y la empantanaron toda.

Acabada la felicidad esta tan señalada victoria, dieron por ella los capitanes y soldados el dia siguiente muchas gracias a Dios, y deseando saber de su General Pedro de Valdivia se ofrecieron a ir en su busca y darle la nueva Marcos Veas y Giraldo Gil, que se hallaban menos heridos. Fueron con grande animo y no menor riesgo de sus vidas, porque al pasar el Angostura los ubieron de matar los enemigos y por todas partes encontraban tropas de ellos.

Enfrentamiento entre españoles e indígenas

Llegaron a donde estaba Valdivia y oida la nueva se alegró en parte del buen suceso y victoria de los suios y sintió la quema de la ciudad y los muertos, y sobre todo no averse podido hallar en su ayuda; y como se vaia a vista del enemigo que le avia ido siguiendo, hallándole aloxado, logró la ocasión, y animando a los suyos a pelear con esfuerzo con el ejemplo de sus compañeros de la ciudad y a no ser menos en conseguir la victoria de aquella multitud de barbaros, les dio el Santiago con tan grande animo y denuedo, favorecido d ela luna, que entonces se mostró clara y serena, y como el ímpetu de los caballos y la determinacion de los españoles que consigo llevaba igualaba con el deseo que tenia de castigar sus atrevimientos, cada uno por el daño que avia recibido en las escoltas de su servicio y todos por el de su Dios y de su Rey, acometieron con tan buen animo y tales efectos hicieron sus acometimientos, que hasta las cuchillas de las lanzas saltaron de las astas, cansadas de abrir heridas y quebradas de matar indios. Pelearon a falta de las lanzas con las espadas, haciendo igual riza y mortandad en los barbaros, que no pudiendo resistir a la fuerza española volvieron las espaldas, siguiéndolos el valeroso General, hiriendo y matando, hasta la provincia de los Promocaes, porque no volviesen a juntar, donde dejó fama para sí y materia gloriosa para las historias, pues tan pocos españoles, con extraña osadia, embestían con millares de indio, sin volver el pie atrás ni desistir hasta ponerlos en huida. Ojalas hiciesen asi la guerra en estos tiempos!

Volvio el gobernador Valdivia victorioso a la ciudad, y después de aver dado gracias a Dios por los buenos sucesos de los suios contra Cachapoal y de los de la ciudad contra Michemalongo, no demayó por verla quemada, sino que tratando de enterrar los muertos y de curar los heridos, dispuso luego su reedificación, animando a sus soldados y dándoles muchas gracias por lo bien que avian peleado, abrazando con ternura y lagrimas a los heridos que afirmados en sus espadas le salían a recibir con indecible gozo y a darle parabienes de sus victorias y estremado valor.

Reformó la ciudad lo mexor que pudo con todos los pages de servicio y por no estar los soldados para trabaxar. Y mandó sembrar un quartillo de trigo que solamente se avia escapado del fuego, porque no se perdiese la semilla del de que se coxió, para conservarle, y se multiplicó en la abundancia que ahora se vee. Escapáronse tambien del fuego un gallo y una polla, un verraco y dos hembras, de que procedio la multitud de gallinas y animales de cerda que ay en este Reyno. Arábase entonces con los caballos ensillados y enfrenados y sembraban algún maíz y legumbres que entre los indios rescataban.

Y los trabajos que en aquellos tiempos pasaban de ambre y desnudez, por avérseles quemado toda la ropa y el sustento, fueron indecibles, porque en cuatro años no quisieron sembrar los indios porque los españoles pereciesen de hambre y no fuesen a sus tierras a vuscar el sustento, pasándola ellos tambien por acabar a los españoles. Y todos esos cuatro años anduvieron los soldados desnudos, descalzos y sin sombreros, que ni aun trapo tenían de que hacer una montera. Era tal el hambre que comían achupallas, raizes, chicharas, y de los pocos perros que avia, después de haverlos muertos para comer, robaban los pellexos, con que algunos hazian calzones y jubones para cubrir sus carnes. Hizo Valdivia de su casa un fuerte donde se aseguró todo el pueblo.

Y mientras hizo el fuerte ordenó que Francisco de Villagra y su primo Pedro de Villagra, personas de gran valor y experiencia, hiciesen la guerra con dos compañías a las vecinas comarcas, por ver si dando la gota en la piedra se ablandaba. Amonestó primero a los caciques obstinados que era buena la paz, buena su amistad y buena la obediencia a Dios y al Rey, y viéndolos rebeldes y endurecidos, despachó estos dos capitanes, que hicieron de trasnochada algunas entradas, y una a los términos de Quillota, de donde trajo los caballos que avian quitado a los indios y a los 18 españoles que mataron en las minas y fabrica del barco, y asi mismo mucha gente presa y comida con que se sustentaban los de la ciudad. Y por redimir sus presos vinieron muchos a dar la paz y echaron la culpa a Michemalongo y a Tangolongo, su tio, a quien a pocas salidas captivaron.

Michemalongo, conociendo sus desgracias, se desnaturalizó de la patria por no obedecer ni dar la paz, pasándose de la otra banda de la cordillera nevada, a donde, viéndose pobre de parientes y amigos y obligado a servir, se lamentaba diciendo: Ayer me vi señor respetado, y oy me veo pobre y sirviendo, depreciado en tierra agena; mejor me fuera aver obedecido a los españoles y ser señor que verme en esta vaxa fortuna. A Tangolongo su tio, en castigo de averse rebelado, se le cortaron los medios pies y diésole la vida porque de nuevo prometió de jamas rebelarse, como lo cumplió aunque de secreto no dejaba de dar algunos consejos de desleal. Compadecido Valdivia de verle cortados los medios pies, le dio un caballo en que anduviese siempre y le advertia mirase no recayese, porque le costaría la vida la recaida. Con la prisión deste y con la ausencia del sobrino y las pasadas victorias, todos los potentados que avia hasta Coquimbo vinieron voluntariamente dando la paz y quedó la ciudad de Santiago triunfante y señora de todos sus contrarios. 

Por Pablo Moya.