Viruela en América (siglo XVIII)

Catástrofes del Hoy
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Viruela en América (siglo XVIII)

Con los españoles a partir de 1492 llegaron nuevas enfermedades a América como la gripe, tifus, enfermedades venéreas, etc. y la viruela que fue la más letal. Estas enfermedades jugaron un rol en la catástrofe poblacional que mermó a los nativos tras la llegada de los europeos. Esto se debió a muchos factores (guerra, desestructuración del sistema de producción de alimentos indígena, trabajos forzados, traslados de población, infanticidios, cambio de dieta) y, desde luego, las epidemias. Estos factores, en distintos lugares y fechas, incidieron en diverso grado tanto en la mortalidad como en la fertilidad de la población. Veamos algunas cifras del derrumbe demográfico:

México o la Nueva España:  Según  las estimaciones de Cook y W. Borah de los 25 millones que poblaban el México central en 1519, solamente quedaban hacia 1630 unos 75.000 indios, es decir, sólo 3 % de la población anterior a la conquista. En Yucatán en 1515 había  12.000.000  y en 1630 tan solo 750.000. El descenso fue del 90%.

En Perú había en 1530, 9.000.000 y en 1570 solo 1.300.000.[1]
Las epidemias las provocaron las “enfermedades pestilentes” de viruela, sarampión, tifus, tifo exantémico, rubéola y tos ferina, entre otras.

En el siglo XVIII la viruela alcanzó proporciones de pandemia (por su propagación a nivel mundial). En los siglos anteriores hubo epidemias

(propagación en un espacio geográfico más limitado). Pero en el s. XVIII la globalización que implicó una mayor conexión comercial, movilidad de personas, el aumento del tamaño de las ciudades, crearon un escenario para la propagación del contagio.

La enfermedad se habría originado en África o en la India hacia el año 10.000 antes de Cristo. Se cree que era una enfermedad endémica en Egipto y que llegó a la India por los mercaderes. Provine del virus orthopox o variola, que se dividía en mayor y menor. Padecer el menor inmunizaba contra ambos, no ocasionaba la muerte sino síntomas leves y erupciones en la piel que dejaban cicatrices. La variola mayor terminaba con un 50 % de muertos entre quienes la padecían, que sobre todo eran los niños. Los síntomas eran el dolor de espalda, delirio, diarrea con sangrado excesivo, fatiga, fiebre alta, malestar general. Se formaban  pústulas o variolas tanto externas  como internas y el cuerpo emanaba un horrible olor.

Viajeros que recorrieron América en el siglo XVIII como Jorge Juan, Antonio de Ulloa, Malaspina, escribieron sobre las secuelas de la enfermedad en la población: ceguera, infertilidad masculina, deformaciones del cuerpo, retraso mental y la consecuente despoblación. Los viajeros describen que la gente moría en sus casas y que circulaban carros por las calles para recoger los cadáveres. En particular Jorge Juan y Antonio de Ulloa, quienes viajaron por el virreinato del Perú en 1747, informaron al rey Fernando VI que la viruela había hecho estragos en la población indígena y era una de las causantes del descenso demográfico de los indios. Agregaron que las malas condiciones de vida y la falta de cura facilitaban la propagación.

A partir de 1778, con la ampliación del monopolio comercial que permitió que más puertos americanos comerciaran entre sí y con más puertos españoles, aumentaron las posibilidades de transmisión de enfermedades. Fue el comercio, el desarrollo de la navegación y la movilidad de las personas las que diseminaron la enfermedad. Está documentado que en Chile hubo un caso de un barco que había zarpado del puerto del Callao con destino a Talcahuano, se desencadenó la viruela y sus tripulantes fueron puestos en cuarentena en la isla de la Quiriquina.

La historiadora Paula Caffarena estudió las epidemias de viruela y señala que en Chile hubo entre los siglos XVI y XVIII 46 brotes de viruela, 29 de los cuales fueron en el siglo XVIII, sobre todo en los puertos y en las ciudades más importantes.[2] Chile no fue un caso excepcional, a fines del s. XVIII la viruela se expandió lo que coincidió con la difusión de estudios sobre cómo prevenirla y frenar su propagación. La principal obra que se aplicó fue la del médico español Francisco Gil de 1784. Proponía la cuarentena y una buena alimentación e hidratación del enfermo. La enfermedad se explicó por la introducción en el organismo de sustancias invisibles presentes en el aire llamadas miasmas. Por eso era necesario renovar el aire de las habitaciones de los enfermos porque los cuerpos despedían las miasmas al igual que sus ropas. Se entendía que el aire era el depósito y conductor del contagio. Pero ya existía la hipótesis del contagio persona a persona y de los conductores de la enfermedad (utensilios).  La enfermedad fue variando, pero el signo de su indudable presencia eran las pústulas.

¿Cómo se la combatía? Por medio de la cuarentena (aislamiento de 40 días), sangría (reducía la presión sanguínea) y aplicación de sanguijuelas, métodos estos dos últimos que se consideraban revitalizantes. En la epidemia de viruela de Concepción de 1789 se aplicaron fumigaciones para purificar el aire con colliguay, romerillo o arrayán pues se creía que disminuían el contagio.

También se aplicaba la terapia cálida (restricción de circulación de aire y de agua) y terapia fría (ventilación, hidratación y alimentación).

Se difundió a fines del siglo XVIII una forma de combatir la viruela: la variolización o variolación. Se originó en la observación. Había epidemias leves y fuertes. Los individuos que habían tenido la enfermedad en una epidemia leve no se contagiaban en la siguiente por lo que se procuraba provocar el contagio. La variolización se considera originaria de Asia Central y consistía en transmitir el pus de las pústulas a las personas sanas raspando sus brazos. También se la llamaba inoculación que significa introducir en un organismo el germen de una enfermedad. En este caso era la contaminación con la viruela como medio para frenar la epidemia. La variolación por inoculación debajo de la piel se conoció en Europa, a principios del siglo XVIII. Introducida por Lady Mary Wortley Montagu, esposa del embajador inglés en Constantinopla, quien hizo variolizar a sus hijos. Llevó el método a Inglaterra y desde allí se difundió a Europa.

En Chile el médico de la Orden de San Juan de Dios, Fray Pedro Chaparro, inoculó ya en 1765. Y en la gran epidemia que hubo en Concepción en 1789 también se inoculó, contándose con la autorización del Gobernador Presidente Ambrosio Higgins y la recomendación del Protomedicato (tribunal de medicina que había sido establecido en 1786). Las inoculaciones se hicieron en hospitales en la isla de la Quiriquina, por medio de un médico, pero no fueron masivas, fueron voluntarias y las personas quedaban aisladas por si desarrollaban la enfermedad y contagiaban.

¿Cómo se hacía? Con un alfiler se hacía un arañazo en el brazo y se aplicaba allí un algodón impregnado del pus de las variolas de un enfermo, y luego se aplicaba un hilo impregnado con la materia que se dejaba unos 10 días. La debilidad de este sistema era  que la persona podía contraer la viruela y además otras enfermedades del enfermo.

Colaboró en el control de la enfermedad la difusión de la vacuna o fluido contra la viruela,  que fue experimentada en 1796 en Inglaterra por el Dr. Jennet. Como la variolación, recurría al principio de provocar el contagio controlado en una persona, pero en vez de usar el pus de la variola humana, se usaba el fluido de las vacas enfermas de viruela. De ahí el nombre de vacuna. Los campesinos usaban este método para no contagiarse de viruela humana y fue la difusión de ese método lo que el Dr. Jennet conoció.

¿Cómo se envió la vacuna a los lugares que la requerían? Se impregnada el fluido en una tela de seda y se “sellada entre placas de cristal” que se enviaba junto a unas agujas de vacunación y las instrucciones para usarlas.  El fluido se renovaba al picar los mejores granos de los niños que habían tenido una reacción positiva entre el quinto y el octavo día después de haber recibido la vacuna y un “buen grano” daba a su vez para 10 o 12 vacunas. Se consideraba que entre 8 y 10 niños eran suficientes para mantener el fluido en buenas condiciones. Por eso también se decía que la propagación de la vacuna era de brazo a brazo. Veamos un ejemplo en una carta del Gobernador Presidente de Chile, Luis Muñoz de Guzmán, a un ministro real situado en Madrid:

“Excelentísimo Señor. Habiendo concebido el virrey de Buenos Aires la benéfica idea de remitirme por la posta fluido vacuno del que se propagó allí transportado de brazo a brazo de negro por el Janeiro, he logrado ya ver extendida su inoculación por esta capital con tan feliz suceso como relaciona fray Manuel Chaparro religioso del orden de San Juan de Dios, y médico de la mejor reputación, a quien destiné para la operación. Seguiré dando las providencias más oportunas para su generalización en todo el reino y transmitiré en primera proporción el fluido al virrey de Lima, donde quizás por este medio se podrá también adelantar tan afortunado descubrimiento”.

Y a continuación se refiere al “barco con la vacuna” o la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, enviada por el rey Carlos IV a América para distribuir la vacuna:

“Como la beneficencia de nuestro amable monarca se interesa en favor de sus pueblos y vasallos es preservativo de la epidemia más cruel de la humanidad hasta costear para ello de su real erario la expedición despachada a las Américas, que VE me previno en real orden de 1 de septiembre de 1803 y 20 de mayo de 1804, no dudo le sea grata esta noticia de haberse anticipado aquí sus soberanos deseos resultando por consiguiente el ahorro de los crecidos gastos de sueldos y transportes de los facultativos destinados al efecto y sus demás accesorios. Y yo tengo la satisfacción de comunicarlo a VE para que se sirva ponerlo en la real consideración y comunicarme las órdenes que merezcan de su aceptación mis operaciones en este particular. Nuestro Señor guarde la importante vida de VE muchos años. Santiago de Chile, noviembre 10 de 1805. Luis Muñoz de Guzmán”

El 1 de septiembre de 1803,  Carlos IV anunció el envío a América de una expedición científica de vacunación a cargo del médico valenciano Francisco de Balmis y Berenguer. La expedición tocó puerto en muchos lugares de América. Llegó a  Valparaíso en 1806, dejaron la vacuna y, a partir de entonces, se organizaron juntas locales de vacunación que funcionaron en los ayuntamientos organizando la vacunación de la población. Se vacunó en las parroquias y capillas rurales y en los ayuntamientos. 

Por la Dra. Lucrecia Enriquez –
Académica del Instituto de Historia 
Pontificia Universidad Católica de Chile  

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[1] Nicolás Sánchez Albornoz, “La población de la América colonial española” en Leslie Bethell, editor, Historia de América Latina, t. 4. Barcelona, Crítica, 1990, p. 16.

[2] Paula Caffarena Barcenilla, Viruela y Vacuna. difusión y circulación de una práctica médica. Chile en el contexto Hispanoamericano 1780-1830, Santiago, Editorial Universitaria, DIBAM, 2016.