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Una mirada viajera

Una mirada viajera

Los movimientos telúricos son, y han sido, la compañía constante en la vida de los chilenos. Estamos “acostumbrados” a los movimientos de la tierra que llegan sin previo aviso. Los sentimos constantemente de norte a sur y de cordillera a mar, todos los días, presentándose muchos juntos (enjambre sísmico), lo que nos provoca mucho nerviosismo, y otros se presentan como un lobo solitario con una simple oscilación. Algunos científicos e historiadores plantean que a lo largo de nuestras vidas viviremos a lo menos 3 terremotos de gran duración y movimiento, por lo que cada uno de los habitantes de este largo y angosto país sabemos qué hacer y cómo reaccionar ante el vaivén violento de la tierra, y comprendemos las consecuencias que estos movimientos pueden traer. Pues no así nuestros visitantes, los turistas o los migrantes que llegan de tierras más calmadas.

Me encontraba revisando en el Archivo Nacional Histórico unos documentos correspondientes al comerciante español Salvador de Trucios, y luego de pasar vista a tres tomos llenos con cartas escritas y recibidas por británicos, que abarcan casi toda la primera mitad del siglo XIX, encontré con una misiva de un viajero inglés (Mr. Howard, del que no tenemos mayores detalles), que estando en la ciudad de Valparaíso, y cuando preparaba su próximo viaje, vivió en carne y hueso uno de aquellos fuertes temblores. Es así como lo describe a través de una carta que escribió a su compatriota William de Putron (comerciante inglés, avecindado en Santiago) el día 29 de septiembre, contándole su impresión de aquel violento movimiento.

Mr. Howard describe en su carta que al momento del sismo, él se encontraba en el segundo piso de una casa vieja y débil del puerto, la cual tenía una escalera muy empinada, casi perpendicular, de unos dos pies de ancho, a la cual también habían accedido otras tres damas, quienes al encontrarse frente a él, le impidieron salir corriendo cuando se inició el violento remezón, pues le obstruían el camino. Detallaba que debía mantener la compostura y la galantería, modales que nunca deben ser olvidados, inclusive en esa ocasión, a pesar de querer salir corriendo y pasar por encima de ellas. Señala en sus letras, que a causa de la violencia del movimiento, le era sumamente difícil poner un pie delante del otro, así como mantener la cabeza sobre sus hombros, pero que igual pudo salir de la casa cuando llegó su turno, tal como se hacía en esos casos, según sus acompañantes chilenos.

Relatos como estos hay varios, plasmados por la pluma y tinta de personajes que pisaron nuestra tierra. Unos más detallados que otros, pero siempre describiendo las reacciones, los daños, y las propias sensaciones. Otro migrante sorprendido por un temblor fue don David Ross[1] quien escribe a su también amigo de Putron, que el día 26 de mayo de 1826, fueron visitados en Santiago por un “tremend shock of an Earthquake”, cuando faltaban cinco minutos para las tres de la tarde. Menciona que el tiempo no había estado muy bueno por varios días, con una lluvia continua y que parecía que nunca iba a amainar, cuando los sorprendió el fuerte remezón.

El terremoto del que hacía mención el señor Howard es el que ocurrió el 26 de septiembre de 1829. El mismo que Charles Darwin relata en su “Geología de la América Meridional”, donde destaca que se produjo un levantamiento de más de ocho pies en la isla Lemu, e incluso algunas rocas que antes estaban cubiertas por el mar, después del sismo quedaron al descubierto. Consternación causó el fuerte movimiento en la población, pues aún estaba fresco el recuerdo del gran terremoto del año 22. El fuerte temblor duró cerca de un minuto, dejando muchos edificios en la ruina. Otras tantas casas quedaron con trizaduras en sus murallas, y algunas incluso se cayeron. El diario el Mercurio, en su edición del 28 de septiembre, destacaba que el sector de El Almendral quedó bastante deteriorado, con varios tejados en el suelo. En algunas localidades del interior se registraron caídas de tejas y levantamientos de lozas, mientras que en Casablanca y Santiago casi ni se percibió. Las réplicas continuaron durante la tarde, y ya en la noche la tierra se empezó a calmar, con solo un temblor cada una hora, siempre precedidos de mucho ruido. Afortunadamente, el mar estuvo quieto y sin indicios de una inminente salida.

El Congreso Nacional se había trasladado desde Santiago a Valparaíso por decreto de ley del 25 de abril de 1828. Las sesiones transcurrieron con relativa normalidad (sin contar las acaloradas discusiones y vaivenes de la época) hasta el día del terremoto. El presidente de la República y todos los honorables determinaron volver a Santiago inmediatamente y sesionar allí. Es más, de acuerdo con un fragmento del acta de la sesión de la Cámara de Diputados del día siguiente al temblor, expusieron varios políticos señalando que la sala en que se llevaban a cabo las sesiones había quedado inutilizada, y que además era imposible encontrar otro local en Valparaíso que acomodase las sesiones, pues la mayoría de los edificios estaban con daños. Por ley del 8 de agosto del mismo año se había ya dispuesto el traslado a Santiago, el fuerte temblor solo apresuró el cambio.

Por Itshel Rabi Mourguet

Fuente
Fondo Salvador Trucios. Volumen 25 foja 42. Volumen 21, foja 177.

Bibliografía
Darwin, C. (1906). Jeologia de la América Colonial.
De Montessus de Ballore, F. (1912). Historia sísmica de los Andes Meridionales al sur del paralelo XVI.
Urrutia de Hazbun, R.; Lanza Lazcano, C. (1993). Catástrofes en Chile. 1541 – 1992.

[1] FST Volumen 21, foja 177.  Comerciante ingles que llego a La Serena por 1822, empleándose en la casa comercial de Joshua Waddington. Fue, además, cónsul británico en Chile.