El desolador terremoto y maremoto de 1922

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El desolador terremoto y maremoto de 1922

En el año de 1922 se registraron en Chile 823 temblores y 70 microsismos. El mes de mayor sismicidad fue el de Noviembre, con 390 temblores y el de menor sismicidad fue el de Junio, con solo 7 temblores.

La repartición de la instabilidad en Latitud, presenta un pronunciado máximo en el foco sísmico de Copiapó, con 584 temblores y dos máximos secundarios que corresponden: uno a Santiago con 195 temblores y a los departamentos de Vallenar y La Serena el otro, con 123 temblores. La región del país al Norte del paralelo 23* ha permanecido más tranquila (Bobillier, 1926, p. 5).

El 10 de noviembre de 1922, exactamente 100 años atrás, un fuerte terremoto remecería la actual zona de Atacama. Se sintió, al menos, entre Antofagasta y Santiago, y desde las islas San Félix y San Ambrosio, e incluso hasta mas allá de la Cordillera. Su epicentro se localizó en la frontera Chile- Argentina (28.5 ºS, 70 ºW), con una intensidad de VIII a IX grados. Esto fue acompañado por un gran maremoto que azotó las costas del litoral, entre Antofagasta y Chañaral principalmente. Existieron muchas réplicas de distintas intensidades y durante bastantes días.

Este terremoto fue seguido de un maremoto, que azotó la costa causando grandes daños en los puertos de Chañaral, Caldera, Huasco y Coquimbo. El movimiento principal de las aguas del mar comprendió tres flujos y tres reflujos consiguientes; el primero tuvo lugar 20 minutos después de terremoto y no fue en forma de una ola violenta, sino que las aguas principiaron a ascender con cierta rapidez, pero sin que su velocidad fuera mayor que la marcha lenta de un hombre; el movimiento mas violento de las aguas fue el del segundo reflujo, produciéndose, entonces, un retiro o descenso precipitado de las aguas que continuo por debajo del nivel cero, originando así el tercer flujo que fue el mayor (Bobillier, 1926, p. 5 y 6).

La prensa chilena e internacional dieron cobertura a la catástrofe, informando casi inmediatamente sobre el terremoto y maremoto mismo, además de las consecuencias estructurales en la zona, las pérdidas y los afectados. (Ver Artículo anterior)

El Ingeniero Ernesto Aguirre (1923), fue comisionado para la creación del estudio sobre los efectos producidos por el terremoto en las zonas de Atacama y Coquimbo para el Consejo de Instrucción Pública. En este informe dio cuenta de los materiales y los procedimientos de construcción de la zona de la catástrofe:

Las oscilaciones principales fueron de noreste a suroeste, acompañadas de otras horizontales en distintos sentidos y algunas verticales menores. El fenómeno comenzó a las 23h 53’ 30”, con intensidad de 5* grado de la escala de De Rossi-Forel; mantuvose 30” en este estado, y aumento luego a octavo grado, en el que demoro 20”, violencia con la cual se detuvieron los relojes. Paso en seguida al grado máximo, decimo de la mencionada escala: permaneció en el por espacio de 3’ y disminuyo posteriormente a tercero y cuatro grados, intensidad que se mantuvo hasta las 0h. 4’, del día 11, hora en que nuevamente aumento a octavo grado, para reducirse nuevamente. La duración total del sismo fue de 11’. (p. 211)

Todos los poblados de la zona norte de Atacama y Coquimbo, quedaron prácticamente en el suelo. Se interrumpieron las comunicaciones, los caminos quedaron destruidos y las líneas del ferrocarril inservibles. La zona golpeada con mayor violencia estuvo situada en el valle del Huasco, pues fue en este sitio donde se observó la mayor destrucción. Los puertos que sufrieron daños a causa del maremoto fueron Chañaral, Caldera, Huasco y Coquimbo (Aguirre, 1923).

El terremoto del 10 de noviembre produjo efectos desastrosos en toda la provincia de Atacama, sin embargo, Vallenar fue la ciudad que más sufrió daños. Guillermo Agüero se preguntaba por la verdadera causa de esta mayor destrucción. Si esto habría sido debido a su gran intensidad o simplemente porque estaba la ciudad estaba construida en condiciones desfavorables, en comparación con las otras locaciones. Agüero recalca que la ciudad se encontraba construida sobre un terreno de “acarreo”, con capas de tierra, arena y cascajo, y la napa de agua pasaba directamente debajo de la ciudad, aflorando en distintos puntos. El movimiento se sintió a las 23h. 53’ 20”, según lo comentado por un empleado del telégrafo de Copiapó que se comunicaba con su par de Vallenar y que recibió las noticias del movimiento antes de que llegaran las ondas sísmicas a su poblado (Aguirre, 1923). Al momento de hacer el catastro en la villa, se verificó que habían, antes del terremoto, 740 casas, de las que solo 7 quedaron en pie luego del remezón y otras 41 que necesitaban reparación (Agüero, 2014).

La construcción de la mayoría de las edificaciones de la región era de adobe o tapiales, con tabiques de listones, caña o ramas revestidas de barro. Todas las edificaciones eran bastante parecidas en cuanto a arquitectura y disposiciones (Aguirre, 1923).

El siguiente cuadro es el resumen que incluyó Carlos Bollier en su trabajo para el Boletín del Servicio Sismológico de Chile sobre las víctimas y los destrozos de los pueblos de la región:

Respecto a los puertos, Aguirre aclara que no se registraron mayores daños, y lo atribuye a dos razones: una, porque la violencia del movimiento había sido menor e impactado poco gracias a la presencia de roca en la superficie del suelo o a su pequeña profundidad; y dos, porque las edificaciones, en su gran mayoría, eran de madera o de materiales livianos bien asegurados.[2]

El siguiente cuadro es un resumen elaborado por Carlos Bollier[3], que da cuenta de las consecuencias del maremoto:

Si bien el terremoto ocurrió cuando Chile no tenía ninguna institucionalidad adecuada para hacerse cargo de la catástrofe, ni tampoco una que planificara las ciudades o exigiera códigos de construcción apropiados para el terreno, pero tenía la idea de cuales eran los puntos básicos para mejorar y optimizar la respuesta, a los futuros movimientos telúricos tan recurrentes en el país. El gobierno y las entidades gubernativas locales debieron responder y actuar apropiadamente: el Presidente de la República inmediatamente inició una gira por las zonas afectadas, se levantaron equipos de trabajo para la elaboración de informes, y se formaron comisiones para la reconstrucción, que quedó a cargo de la Dirección de Obras Públicas y que contaremos en un siguiente artículo.

Por Itshel Rabi Mourguet

 


[2] Eduardo Aguirre p. 224
“El tipo de casa más pobre es el de topiales o abadones, comúnmente combinado con los de adobes y tabiques. Naturalmente, cuenta con solo un piso. Este tipo constituye no menos del 25% de las habitaciones de estas ciudades. Una casa de este sistema, tiene los muros exteriores y los de mayor importancia del interior, hecho de tapiales de aproximadamente 1,0 x 1,5 y 0,60 m. o más de espesor. Estos bloques no poseen ninguna trabazón entre sí. El material es alguna tierra arcillosa mezclada con paja: pero por falta de ella en la vecindad o por economía, se usa hasta la tierra sin cohesión del sitio mismo en que se edifica. Por lo general, la parte de los muros situada a más de 2 m. del suelo se ejecuta de adobes. Las paredes divisorias de las piezas, son hechas de tabiques, de cualquiera de los sistemas que luego describiremos. La techumbre, está formada por un envigado de poca inclinación que se apoya en la mayoría de los casis, casi sin ligazón, sobre los muros del contorno, y se soporta una cubierta de totora, cana o listones revestida con una capa de barro. Los cimientos, si existen, no merecen el nombre de tales, pues no profundizan en el suelo, son muy poco resistentes y a veces perjudiciales para la estabilidad del edificio, como ocurre cuando constan de piedras redondas de [ ] unidas con barro, caso de los cimientos del Hospital de Vallenar” (Aguirre, 1923, p. 228 – 229).
“El tipo ligeramente mejor, existente en no menor proporción es el de adobes, siempre de un piso con otros, en ellos altos, de tabiques. Se diferencia del anterior, en que los adobes sustituyen a los adobones. Las ventajas provienen de la mejor calidad del material, de que los muros son más livianos por tener menor espesor y de que la ejecución se hace más cuidadosamente por tratarse de una obra también más cara. Las vigas que forman los dinteles de puertas y ventanas, cuando se prolongan mucho hacia los lados, establecen soluciones de continuidad que facilitan la separación de la porción superior de los muros. El mismo efecto producen los dispositivos conocidos con el nombre de “llaves” si ellos no se solidarizan con los muros por medio de pies derechos bien amarrados o anclotes eficaces” (Aguirre, 1923, p. 229 a 231).
“El techo, si es resistente y está bien ligado a los muros, constituye en los edificios de adobe, su mejor elemento de seguridad contra los temblores. Desgraciadamente, en Atacama, este punto ha sido completamente descuidado: solo se han preocupado de defenderse con el del sol, del viento y de las escasas lluvias de la regios. Mas aun, los techos adolecen del grave defecto de ser pesados, como consecuencia de las reparaciones a que se les somete cada vez con las lluvias se producen goteras. Consisten esos arreglos, en la colocación de nuevas capas de barro sobre las existentes” (Aguirre, 1923, p. 239 y 241)
[1] Bollier (1926) anexo.

 


Bibliografía

Aguirre, Ernesto. (1923). Informe sobre los materiales y los procedimientos de construcción en la región afectada por el terremoto del 10 de noviembre de 1922.

Bobillier, Carlos. (1926). Boletín del Servicio Sismológico de Chile. XVI Año de 1922 Terremoto de Atacama por  Santiago de Chile.

Agüero D., G. (2014). Efectos del terremoto del 10 de Noviembre de 1922 sobre la ciudad de Vallenar y consideraciones sobre su reconstrucción (Continuará). Anales Del Instituto De Ingenieros De Chile (2) 99–112. Recuperado a partir de https://revistas.uchile.cl/index.php/AICH/article/view/34117

Agüero D., G. (2014). Efectos del terremoto del 10 de Noviembre de 1922 sobre la ciudad de Vallenar y consideraciones sobre su reconstrucción (Conclusión). Anales Del Instituto De Ingenieros De Chile (3) 165–176. Recuperado a partir de https://revistas.uchile.cl/index.php/AICH/article/view/34144

Astaburuaga, F. (1899). Diccionario Geográfico de la República de Chile. Santiago. Imp. de F. A. Brockhaus

Ibarra, M y Rosso, B.(2020). Mas allá de la catástrofe. Tres propuestas urbanas para Vallenar tras el terremoto de 1922. Revista de Geografía del Norte Grande (77) 417 – 437.